Un hecho decisivo va a marcar la trayectoria de Tiziano y es la muerte de Bellini en 1516, circunstancia que va a hacer posible su nombramiento como pintor oficial de la Serenísima República de Venecia.
Tiziano, ya como pintor oficial, se va a convertir en el receptor de los encargos religiosos más importantes y, de esta manera, el prior de los Frari le contrata para realizar el retablo de la Asunción, al mismo tiempo que Jacobo Pesaro, obispo de Pafos, le confía la creación del altar de Santa María dei Frari para conmemorar la victoria naval sobre la flota turca en la batalla de Santa Maura. Si tenemos en cuenta que ya en el mismo año de 1516, esto es, el de la muerte de su antecesor Bellini, a Tiziano se le encarga esta obra, ello nos delata el gran rigor artístico que había atesorado antes incluso de cumplir los treinta años. La Asunción constituyó su primera obra religiosa importante con la que inaugura una serie de grandes retablos para altar. En su composición introdujo unas novedades que no eran costumbre en la pintura religiosa tradicional, por lo que en un principio los frailes franciscanos se negaron a admitirla. Aunque, gracias a los buenos oficios del embajador austríaco, finalmente acabó siendo colgada en el lugar que aún hoy ocupa. Con esta maravillosa obra, Tiziano queda absolutamente liberado de las enseñanzas de Giorgione, demostrando una capacidad de equilibrio compositivo admirable y un empleo de la luz para acentuar un tanto el temperamento dramático no menos prodigioso. De esta manera, el potentísimo foco amarillo de gran luminosidad recorta la figura de la Virgen al tiempo que la atrae hacia el cielo, creando unas zonas de sombras que otorgan un mayor movimiento a la masa de apóstoles que permanecen en tierra.
La Asunción de la Virgen es un gigantesco óleo que está concebido para verse desde lejos, en un intento de atraer al espectador hacia el altar desde el otro extremo de la iglesia. La obra es un ejemplo extraordinario de ejecución colorista a una escala más que considerable, pese a ser una obra relativamente temprana dentro de la extensísima producción de un pintor que vivió cerca de noventa años, y nos revela a un artista genial que va a hacer del uso cromático el auténtico núcleo central de su obra genérica, frente a la preeminencia del dibujo planteada por Miguel Ángel en Roma. La madera, desde un punto de vista estrictamente compositivo, se divide en tres partes: La inferior representa el plano terrenal, en la que unos sorprendidos apóstoles representan la asunción mariana. El juego de luces y sombras que envuelve este plano inferior es tan eficaz como extraordinario, dotando de una mayor intensidad dinámica, y a la vez dramática, a la escena. En el plano intermedio, La Virgen, magistralmente retratada en una toma de abajo a arriba que no es en absoluto fácil de llevar a cabo, aparece rodeada entre ángeles y una serie de amorcillos que van a ser característicos del pintor a lo largo de toda su trayectoria. La forma arqueada del plano, en absoluto recargada, permite al espectador centrar su atención en la protagonista del cuadro envuelta en un potente foco de luz amarilla que contrasta formidablemente con la base de nubes que parecen sostener los amorcillos. Por último, el tercer plano es el registro en donde Dios espera a la Virgen, quien con su magistral coloración roja centra el cuadro y sirve de nexo entre el nivel terrenal y el celestial. La intensidad de los colores, junto con el tono dorado de la luz y la imponente gesticulación de los figurantes, hacen de esta tabla una de las primeras obras maestras de uno de los mejores pintores de todos los tiempos.
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