Cuando los historiadores del arte hacen uso del término plateresco, adoptan criterios bien distintos. Para unos, se trata de un rasgo específico de la arquitectura renacentista española, consistente en la combinación de elementos de procedencia italiana (puramente renacentistas) con otros anclados en las tradiciones góticas del país. En cambio, otros autores lo consideran más bien como un estilo autónomo, en el cual está latente un cierto rechazo a las propuestas renacentistas, basadas en el orden, la proporción y la contención en cuanto a la decoración del edificio.
Entre ambos puntos de vista podríamos adoptar una posición de síntesis, señalando que los comienzos de la arquitectura renacentista en España se presentan asociados a un estilo que muestra rasgos muy peculiares. Por un lado, es evidente que encontramos algunas referencias a los nuevos cánones italianos; pero por otro, hallamos también soluciones que están arraigadas en las propias tradiciones hispanas. Así considerado, podemos partir de la base de que el plateresco se desarrolló en nuestro país (sobre todo en las tierras de la Corona de Castilla) a finales del siglo XV y durante la primera mitad del siglo XVI y fue por tanto, como ocurre muchas veces en el arte hispano, un estilo mestizo que conjugó elementos diversos para producir resultados bien originales.
El término plateresco procede de una comparación: la que puede efectuarse entre el trabajo que hacen orfebres y plateros con la decoración abundante que caracteriza estos edificios. Así pues, en las construcciones platerescas veremos la combinación de numerosos elementos anclados en las últimas tradiciones góticas flamígeras (por ejemplo, las bóvedas de crucería o los pináculos) con una profusa decoración, sobre todo en las fachadas, realizada a base de motivos variados: medallones y escudos heráldicos, figuras humanas, composiciones vegetales, conchas, seres imaginarios, grutescos, etc. Al mismo tiempo, observamos también elementos que señalan ya las formas renacentistas, como los arcos de medio punto, los frontones o los entablamentos.
De esta forma, la fachada del edificio se convierte en el elemento más relevante de la arquitectura plateresca. En este caso, se concibe como una estructura propia, ajena en parte a sus iniciales funciones sustentantes y de cierre exterior, cuya principal misión es desarrollar el programa iconográfico correspondiente, creando una especie de tapiz pétreo donde los canteros y escultores van a dejar la impronta de su trabajo, a veces un verdadero retablo pétreo. Esto hace que las producciones platerescas sean tan diversas que hemos de reconocer que con esta denominación agrupamos, como en un cajón de sastre, obras bien distintas. En definitiva, cada edificio plateresco es casi un estilo en sí mismo, tal vez porque en su elaboración participaron artistas muy diversos.
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