sábado, 12 de marzo de 2011

Leonardo Da Vinci, Retrato de Mona Lisa o Gioconda, 1503,-6




Es difícil tratar de hacer comentarios a la Gioconda. La fascinación que ha ejercido a lo largo de los siglos y el poder que tiene sobre la mirada del espectador obstaculizan un análisis objetivo, dado el icono en que se ha convertido para la cultura del mundo moderno y contemporáneo.
En ella se encuentran todas las características de la pintura de Leonardo: el empleo del sfumato, esa técnica que difumina suavemente los rasgos hasta hacer indefinibles los contornos; el hermoso paisaje del fondo, agreste, salvaje y de un matizado tono azul que lo hace desaparecer en un degradado invisible; la ambigüedad del rostro, la indefinición sexual que la hace parecer una mujer, un adolescente... un mito de androginia que tiene referencias inacabables con teorías filosóficas y religiosas; y, por encima de todo, la sonrisa más melancólica y misteriosa de la historia del hombre. El retrato es de Madonna Lisa, la señora Lisa, la esposa de Francesco del Giocondo, de donde toma su sobrenombre. Leonardo no dejó de trabajar en el retrato nunca y, por supuesto, jamás se lo entregó a su cliente. De sus manos pasó a la colección real de Francia, estuvo un tiempo en el baño de Napoleón, y hoy puede verse en el Museo del Louvre, protegida por un panel blindado y envuelta en un remolino de turistas que la fotografían sin cesar.
Pero resumiendo menos, podemos decir que bajo una composición triangular aparece
Mona Lisa, que cuando fue retratada tenía 24 años, está sentada en una silla con el brazo derecho descansando sobre el apoyabrazos. Su postura es recta y erguida, transmite sensación de equilibrio. Viste ropa discreta, el pliegue de sus ropas está muy trabajado, y no lleva joyas, para que la atención del espectador no se desvíe hacia ellas y se centre exclusivamente en su belleza y en su enigmática sonrisa.

Leonardo no pretende retratarla únicamente de una manera superficial, sino que quiere que emerjan sus sentimientos y su alma, y lo consigue. Sus ojos y su sonrisa irradian vida, felicidad y misterio. Estos dos rasgos son donde mejor se refleja el alma, por eso Leonardo no pintaba los retratos de perfil, y sí de frente.

Otro de los objetivos logrados por Da Vinci es la naturalidad de la obra. El brillo de sus ojos, la "transparencia" de su piel por la que parece que fluya la sangre, la minuciosidad por la que es pintado su pelo, la manera tan detallada de tratar su rostro; un claro reflejo de lo natural. Y la involucración de su figura con el paisaje, y el juego de luces y sombras que marcan la lejanía y la proximidad del paisaje (sfumato). Desde un punto de vista más metafísico, podemos pensar que el sfumato encierra en realidad una forma de ver e interpretar el mundo visible y todo lo que hay en él como una unidad, todas las cosas participan de la misma materia y no existe el vacío.

La Mona Lisa de Da Vinci una de las obras que más ha marcado en la historia del arte, tal vez por la naturalidad y el detallismo con el que es pintada o por el misterio de su mirada, o quizás por su enigmática sonrisa. Es una obra digna de admiración, lo que no es de extrañar ya que fue pintada por un genio.

Leonardo da Vinci jamás dejo de retocarla, y esta obra tiene el honor de haber acompañado al genio durante toda su vida.

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