viernes, 11 de marzo de 2011

Miguel Ángel, Juicio Final, Capilla Sixtina, 1535-41







Han pasado más de 20 años desde que Miguel Ángel, ahora instalado definitivamente en Roma, concluyó la boveda de la Sixtina y ahora gobierna la cristiandad otro papa, Clemente VII, quien de nuevo recurre al artista para decorar la pared del altar, sustituyendo los frescos hasta entonces existentes. Así que el pintor, entrando ya en los sesenta años de edad, se pone de nuevo manos a la obra (bajo el pontificado de Paulo III) para una tarea que le ocuparía otros seis años de su vida. En esta ocasión representa el Juicio Final, la segunda venida de Jesús en el fin de los tiempos. Lo que en la bóveda era tragedia intuída, ahora, años después de la sacudida moral que supuso el Sacco de Roma de 1527, es tragedia desatada.

Son numerosas las referencias y fuentes en las que Miguel Ángel se inspiró según aluden los especialistas. Estatuas clásicas, figuras ya utilizadas en el cartón de la Batalla de Cascina, los frescos de Luca Signorelli en la catedral de Orvieto e incluso El Bosco. En el aspecto literario parece seguro el empleo de tres fuentes: la "Divina Comedia" de Dante, la bíblica Visión de Ezequiel y el Apocalipsis de San Juan.

De este modo, Cristo, un supremo e imperioso juez inicia la decisiòn de la salvación o la condenación, junto a María, resignada y asustada: unas almas acaban en el cielo, mientras otras se disponen a sufrir los horrores del Infierno. Todo es una inmensa espiral de energía y destrucción en estado puro. Nadie tiene garantizada la eternidad, ni siquiera el propio papa, ya que el altar donde él da misa está a un paso mismo de la boca del infierno que Miguel Ángel ha pintado.

¿Es el mismo artista de 23 años atrás? Evidentemente sí, pero en su estilo apreciamos algunas diferencias: el movimiento de las figuras aumenta, los gestos se hacen más forzados, los escorzos más violentos. Aquí Miguel Ángel está ya anunciando el manierismo que acabará imponiéndose en el panorama artístico de lo que quedaba de siglo XVI, por su increíble sensación de movimiento, pese a la ausencia de perspectiva tradicional.

En definitiva, casi 400 figuras retorciendose por una superficie de 13 x 12 metros aproximadamente, donde se recoge toda la fuerza de la "terribilità" típicamente miguelangelesca al mostrar la intensidad de un momento de manera excepcional, produciendo en el espectador cierto "temor religioso" totalmente alejado de la delicadeza de las imágenes de Rafael. El Renacimiento ha desembocado en algo nuevo, el Manierismo, que ya no tiene marcha atrás.


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