jueves, 31 de marzo de 2011

D.T. EL GRECO, EL EXPOLIO DE CRISTO, CATEDRAL DE TOLEDO, 1577,-79


Al poco tiempo de llegar El Greco a Toledo -en el año 1577- recibe dos encargos de importancia: la decoración de los retablos de la iglesia del convento de Santo Domingo el Antiguo y el Expolio de Cristo para la catedral toledana.

El Expolio de Cristo estaba destinado al vestuario de la sacristía catedralicia, donde el despojo de las vestiduras de Jesús obtenía un gran valor simbólico. Este tema es muy extraño en la iconografía occidental por lo que el candiota tomó diferentes historias bíblicas que pudieran servirle de inspiración: el Prendimiento y los escarnios. De esta manera realizó una de sus obras maestras. La figura de Jesús -envuelto en un amplio manto de color rojo que simboliza su martirio- preside la composición. A su derecha contemplamos una extraña figura con armadura renacentista -podía ser San Longinos, Pilatos o un centurión romano vestido a la moda de la época para referirse a la intemporalidad del mensaje- mientras que a su izquierda observamos a un sayón que horada la cruz, creando un marcado escorzo típicamente manierista. En primer plano contemplamos a las Santas Mujeres. Tras la enorme figura de Cristo se encuentra la muchedumbre y las picas y lanzas completan esa zona del fondo, en la que destaca un enigmático personaje con gorra y golilla que señala al espectador y sobre quien se han dado las más variadas versiones, desde que representara a uno de los sacerdotes que acusaban a Jesús hasta que fuera un simple espectador que refuerza la intemporalidad del asunto.

El abigarramiento de las figuras es característica destacable de la composición, suprimiéndose toda referencia a la naturaleza e incluso al suelo -sólo se observa un pequeño espacio de tierra y piedras junto a los pies de Cristo-.

El rostro de Jesús está cargado de dramatismo, especialmente los ojos, llenos de lágrimas conseguidas con un ligero toque del pincel. El amplio cuello y la postura de los dos dedos juntos serán características típicas de la mayor parte de las figuras de El Greco.

Las influencias en esta obra proceden en su mayoría del arte bizantino que tan bien conocía Doménikos; al no existir referencias occidentales echó mano de precedentes orientales -la falta de espacio, el grupo de las Marías o la figura de Cristo, con la barba bífida, rodeado de tres filas de cabezas-. Sin embargo también emplea elementos manieristas- el personaje de espaldas o la organización compositiva-, otros tomados de Miguel Ángel -la amplitud escultórica de las figuras, marcando su anatomía- y de la Escuela veneciana -el color y el dramatismo de la imagen, sello indiscutible de Tintoretto-. Precisamente el estudio cromático es perfecto, emplea la mancha roja del sudario de Cristo para llamar la atención y equilibrándola con dos manchas amarillas a derecha e izquierda. Para estudiar la luz sitúa la armadura, en la que se aprecian claramente los reflejos rojos de las vestiduras, resultando una imagen inolvidable. Durante dos años Doménikos se entregó para realizar esta obra, que él consideraba insuperable. Sin embargo, el cabildo catedralicio puso numerosos contratiempos al pintor; el primero de carácter económico y el segundo de carácter iconográfico. Respecto a la iconografía se le reprochaba la colocación de las tres Marías en el ángulo inferior izquierdo, algunas de las cabezas que había sobre la de Jesús y dos cascos, considerando el cabildo que se trataba de "algunas ympropiedades que tiene que ofusca la dicha ystoria y desautorizan al Christo" (sic). En cuanto a la cuestión económica, conviene saber cuál era la forma de pago artístico en la Castilla del siglo XVI. Se empleaba un sistema denominado tasación por el cual cada una de las partes -cliente y artista- elegía uno o varios tasadores que ponían precio a la obra. Por supuesto que cada uno tiraba hacia su lado, existiendo diferencias desorbitadas como ocurrió en el caso que nos ocupa. Los tasadores de El Greco valoraron la obra en 900 ducados mientras que los de la catedral lo hicieron en 227. Ante la falta de acuerdo, se eligió un tasador "neutral" que actuara como árbitro, quien valoró el lienzo en 317 ducados. Doménikos no podía admitir que un cliente tan importante como la Iglesia rebajara de esa manera los precios y, viéndose perjudicado, decidió no entregar el cuadro. Posiblemente surgieran en ese momento los problemas iconográficos para presionar más al artista. Tras dos años de pleitos, Doménikos aceptó una cantidad inferior a la deseada y se enfrentó al cliente más poderoso de la ciudad, del que nunca le llegaría otro encargo. Que el lienzo permanezca hoy en el lugar para donde fue proyectado demuestra que la escena pintada por Doménikos estaba dentro de los límites de la ortodoxia.

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