Es una obra original, procedente del Santuario de Cabiros, en Samotracia. Realizada en mármol, en bulto redondo. Elevada sobre la proa de un barco de piedra, formaba un espectacular conjunto escultórico erigido en la cumbre de un santuario rocoso, probablemente con una fuente a sus pies en cuyas aguas se reflejaba.
Estilo: la obra presenta las características del arte helenístico, último periodo de la escultura griega: complicación compositiva, ilusionismo escenográfico, grandiosidad y ruptura de la proporción clásica, realismo, ruptura del equilibrio, gusto por el movimiento, la tensión dramática, sensualidad y belleza, habilidad técnica. El autor se basa en modelos clásicos anteriores, percibiéndose la influencia de Fidias en la técnica de paños mojados, pero es más realista.
Función: destinada a conmemorar una batalla naval en que los rodenses vencieron a Antíoco III de Siria. Simboliza el triunfo.
El escultor y su época: la obra, una de las más bellas del mundo antiguo, se atribuye a Pithócritos, escultor poco conocido de la Escuela de Rodas, una de las principales de la etapa helenística (siglos III-II-I a.C). A ella se deben obras tan famosas como el Coloso de Rodas, una de las siete maravillas de la Antigüedad, y los grupos del Laocoonte y sus hijos y El toro Farnesio.
Tras las conquistas de Alejandro Magno, la cultura griega se difunde y fusiona con la oriental, surgiendo una cultura de gran lujo y refinamiento estético. Es la fase barroca del helenismo, de enorme variedad del gusto: conviven la idealidad y el realismo, la belleza y la deformidad, los temas dramáticos y los cotidianos, representándose todos los estadios del ser humano (de niños a ancianos). Los clientes serían la minoría rica y poderosa de la época.
Sea quien fuere en realidad el autor de la Victoria de Samotracia, lo cierto, sin lugar a dudas, es que en ella contemplamos una de las cumbres de la plástica griega. Debió de ser donada por los rodios al santuario de Samotracia a raíz de la victoria naval que obtuvieron en Side frente a Antíoco III de Siria (190 a. C.), y que les supuso, además del control de amplias comarcas en Caria y Licia, la alianza de numerosas ciudades e islas próximas. La obra estuvo al nivel del acontecimiento que conmemoraba: la estructura ondulante, ascendente, de la figura; sus finísimas telas pegadas por el viento al cuerpo, creando un efecto que supera incluso en fuerza y realismo los paños mojados de Fidias. Colocada sobre su nave, la figura aparecía en un templete, como metida en una hornacina y destacando sobre un fondo oscuro; y delante de ella, al pie de la proa, se abría un estanque del que surgían rocas y por el que corrían cascadas de agua. Magnífica fusión de escultura y naturaleza que difícilmente hallaremos en el arte griego anterior, y que nadie sabrá explotar después mejor que los propios rodios.
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