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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Puerta de Ishtar (Imperio Neobabilónico, Siglo VI a. C.)





Originalmente, la puerta de Ishtar, como parte de las murallas de Babilonia, era considerada una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, hasta que en el siglo VI dC fuera reemplazada en la lista por el Faro de Alejandría.

La puerta de Ishtar era la octava de las puertas de acceso a Babilonia, y también la más famosa, gracias a sus grandes dimensiones (14 metros de altura por 10 de ancho), pero sobre todo a su decoración; el ladrillo vidriado se utilizó con exquisita sobriedad, pero a la vez con evidente fastuosidad. Sobre un fondo azul coloreado con polvo de lapislázuli, las series de leones, dragones (grifos mitológicos) y toros andantes forman ordenadas composiciones, enmarcadas por bandas y motivos ornamentales de gran simplicidad geométrica e indudable efecto cromático. Su techo y puertas eran de cedro, y a través suyo transcurría la Vía Procesional, pertrechada de más murallas y de 120 leones de adobe que la custodiaban. Era la entrada principal a las calles y templos interiores de Babilonia.

Construída en el lado norte de la ciudad por el rey Nabucodonosor II, en el año 575 adC, la espléndida puerta formaba parte de la muralla interior que daba acceso definitivo a la ciudad mesopotámica a través de un intrincado sistema defensivo. Estaba dedicada a la diosa Ishtar, diosa de la fertilidad y el amor —pero también de la guerra—, diosa que servía como la fuente de todas las fuerzas generativas de la Tierra.

Construída en el lado norte de la ciudad por el rey Nabucodonosor II, en el año 575 adC, la espléndida puerta formaba parte de la muralla interior que daba acceso definitivo a la ciudad mesopotámica a través de un intrincado sistema defensivo. Estaba dedicada a la diosa Ishtar, diosa de la fertilidad y el amor —pero también de la guerra—, diosa que servía como la fuente de todas las fuerzas generativas de la Tierra.

La Puerta de Ishtar formaba parte de una majestuosa via sacra (la Vía Procesional que mencionábamos anteriormente) que atravesaba también un puente de piedra sobre el río Éufrates y finalizaba en un grandioso patio donde se alzaba la torre denominada Etemen-an-ki (“Casa del Cielo y de la Tierra”), que no es otra que la famosa Torre de Babel (llamada así por la denominación acadia de Babilonia: Bab-ili o “Puerta de Dios”) de la que hoy, lamentablemente, no queda rastro alguno. La Torre de Babel era en realidad un ziggurat o torre escalonada, formada por siete terrazas superpuestas y rematada por un templo desde donde los sacerdotes estudiaban el firmamento.




Los cimientos de la puerta de Ishtar fueron hallados entre 1899 y 1914 por el arqueólogo Robert Koldewey, famoso mundialmente por ser el descubridor de Babilonia. Koldewey inventó técnicas de excavación arqueológica para poder extraer con seguridad los frágiles ladrillos de adobe, uno por uno, lo que le llevó casi dos décadas. La puerta fue reconstruída junto a parte de la Vía Procesional durante la década de 1930, y finalmente se entregó a la exposición permanente del Museo Pérgamo de Berlín, donde se puede contemplar hoy día

No obstante, partes de la puerta de Ishtar y algunos leones de la Vía Procesional se pueden encontrar en varios museos alrededor del mundo.

Alejandro Magno y la Puerta de Ishtar

En la película Alejandro Magno, de Oliver Stone, se muestra al mítico conquistador macedonio atravesando la Puerta de Ishtar tras la rendición de Babilonia… Es un hecho que no está confirmado —el paso triunfal de Alejandro Magno atravesando la Puerta de Ishtar—, pero este hito no sería más que otro más entre tantas procesiones que vió pasar bajo sus arcos esta puerta mítica… ¿Os imagináis las escenas?

Leona herida (Imperio Asirio, siglo VII a. C.)

En los relieves del palacio de Nínive, una de las capitales del imperio asirio, la matanza a causa de la cacería realizada por el rey Assurbanipal, ayudado de sus jinetes, ha sido espantosa y el artista ha sabido representar a los animales caídos, volteando en el aire o revolviéndose de dolor. Uno de ellos es una leona herida (aquí reproducida), un bajorelieve en el que vemos una leona que todavía tiene fuerza en sus garras anteriores para incorporarse, al tiempo que arrastra sus patas traseras, ya paralizadas a causa de la flecha que le atraviesa la columna vertebral.

Estela de Hammurabi (Imperio Babilónico, 1750 a. C.)




El Código de Hammurabi es, además de un conjunto legal y un texto histórico fundamental, una obra de arte. Fijémonos para ello en el relieve de la parte superior. A nuestra derecha aparece entronizada una importante divinidad de Babilonia, Shamash, que simboliza al sol y a la justicia. Este dios alado, tocado con alto gorro y barba postiza y en clara actitud mayestática, tiene ante sí, de pie y en actitud reverente, al propio rey Hammurabi. Hay por tanto aquí una clara referencia a que es el mismo dios quien da la legislación al monarca a fin de que éste la haga cumplir. Y para que el origen divino de la ley quede más claro si cabe, Shamash entrega a Hammurabi dos objetos. Uno de ellos es un cetro, claro símbolo del poder. El otro es un aro o anillo, que viene a representar la sabiduría, en este caso concretada en la justicia, a la que la legislación hace referencia.

Por otra parte, la propia colocación de los personajes nos muestra otro dato de interés artístico. Fijaos en el trono del dios: hay un claro intento de dar a la escena una cierta profundidad, Se busca, del alguna manera, la perspectiva. De forma que en estos 65 cm. de representación tenemos no sólo una muestra de las prácticas político-administrativas de la antigua Babilonia, sino también una obra de arte de primera importancia.

Paradojas de la historia: probablemente la estela fue colocada en la ciudad de Sippar, de donde procedía el culto a Shamash y allí estuvo unos cientos de años, hasta que otro rey guerrero la llevó hasta su ciudad, Susa (Irán), como botín de guerra. Estela viajera ésta, porque ahora hay que ir a París a ver el original.


El patesi Gudea (2141- 2122 a C)


Gudea era el ensi o patesi (algo así como rey-sacerdote o gobernador) de la ciudad de Lagash, un cargo que ostentó durante unos veinte años (2144 a.C.-2.124 a.C.) en el periodo que suele denominarse como neosumerio.

Hasta veintiséis estatuas se conocen de este personaje, la mayor parte de las cuales nos lo representan como rey-sacerdote, en actitud devota, muy próxima a la oración, ya sea de pie o sentado. El ensi suele aparecer tocado con un gorro a modo de casquete y con las manos cruzadas ante el pecho. Obviamente, y encontrándonos aún a fines del tercer milenio antes de Cristo, las obras muestran trazos geométricos, una marcada frontalidad y tendencia a la simetría. En muchas de ellas las inscripciones cuneiformes que las recubren nos señalan precisamente la pìadosa devoción del monarca. El material empleado suele ser la diorita, aunque algunas son de esteatita o de alabastro.

Esta, colocada en el templo Eninnu de Girsu y dedicada a su dios Ningishzzida, venía a funcionar como sustituto del propio gobernante para obtener vida eterna al hallarse en constante plegaria ante la divinidad. A pesar del reducido canon y de su marcado esquematismo geométrico, la belleza de formas está totalmente conseguida.

Cuando vemos sus estatuas y leemos sus inscripciones parece que Gudea quiso dejar claro a sus coetáneos que se había dedicado como gobernante a levantar templos, a entregar presentes a los dioses, a construir canales de irrigación, a mejorar la economía local e, incluso a conquistar algunos territorios próximos a Lagash. Pero es evidente que Gudea quiso también que su imagen perviviese a través del tiempo y una escuela de escultores de palacio se dedicó a ello con ahinco. Efectivamente, en las estatuas vemos un rey-sacerdote.


Estela de la Victoria (Siglo XXIII a. C.)



Hacia mediados del siglo XXIV a.C. un pueblo de origen semita logró dominar todo el territorio de Mesopotamia, creando un imperio que acabaría alcanzando el mar Mediterráneo por la zona del actual Líbano. Se trataba de los acadios, que iniciaron su expansión durante el reinado de Sargón el Grande. Con uno de sus nietos, Naram-Sin (2254-2218 a.c.), este imperio alcanzó su máxima extensión territorial, aunque para ello este rey dedicase la mayor parte de sus 36 años de reinado a luchar contra sus enemigos y a aplastar las numerosas sublevaciones que se sucedieron contra él.

De esta actividad guerrera del monarca nos ha quedado una interesante demostración en la estela que lleva su nombre, llamada también estela de la victoria, un bloque de piedra arenisca de unos dos metros de altura, tallado en suave bajorrelieve y que presenta una importante novedad respecto a las estelas mesopotámicas habituales hasta ese momento. Se trata de que la obra no está dividida en varios registros, sino que nos muestra una única escena, descrita brevemente en el texto grabado en su parte superior, según el cual se conmemora con esta obra la victoria de Naram-Sin sobre un pueblo vecino.


Hacia uno de esos montes asciende Naram-Sin, en medio de una paisaje en el que es visible algún árbol. Le acompañan varios soldados de su ejército, armados y protegidos por cascos, al tiempo que dos de ellos portan las insignias reales. Todos dirigen sus miradas hacia arriba, porque en un plano superior y a mayor tamaño figura el monarca, a cuyo paso se desatan el dolor y la muerte. Uno de sus enemigos cae de la montaña, despeñado, mientras el rey pisotea a otro y ha dejado herido de muerte a un tercero, atravesado de un lanzazo, y más a su derecha un último montañés aterrorizado, quizás el jefe, implora clemencia.

Reparemos ahora en la figura del monarca. Viste un corto faldellín y porta numeroso armamento: una lanza en su mano derecha, un arco compuesto y un hacha a la cintura. Sin embargo, lo más llamativo de su indumentaria consiste en el casco de cuernos que cubre su cabeza, un elemento normalmente reservado a las representaciones de las divinidades. Pero es que además el texto de la estela indica claramente la consideración divina del rey. Así pues, esta obra escultórica viene a decirnos que los hechos de Naram-Sin lo han elevado a la categoría de dios. Y tanto es así que la ascensión del monarca por la montaña no sólo es la muestra de su victoria militar, sino la demostración de su elevación al plano divino, a la misma categoría de los otros dioses que figuran en la estela, representados mediante símbolos astrales.

Algunos han querido ver en esas dos estrellas que figuran en lo alto de la estela un ejemplo de un fenómeno astronómico inusitado, como si el recorrido del sol por el horizonte fuese acompañado del de un cometa. Pero no hay que pensar en una cosa así. Más bien Naram-Sin, que se tituló a si mismo rey de las cuatro partes del mundo, quería dejar bien claro que había alcanzado la categoría divina, con el beneplácito de los propios dioses.


Cabeza de Sargón (Imperio Acadio, siglo XXIV a. C. )


El gran Sargón de Akkad (hacia 2334–2279 a. C.), creador del primer imperio mesopotámico, el acadio, que extendió sus dominios a lo largo de las cuencas de los ríos Tigris y Eúfrates, y cuya población se identifica como de los cabezas negras, conforme a una vieja denominación que se daban a si mismo los sumerios.


Esto y poco más es lo que sabemos de ese monarca, pero, por otra parte, la Historia del Arte conserva su recuerdo gracias a la pieza de orfebrería de la que nos ocupamos aquí, la famosa "máscara de Sargón", aunque no exista ninguna certeza de que verdaderamente retrata a este personaje. Es más, un número cada vez mayor de historiadores considera, también sin pruebas contundentes, que puede representar a su nieto, Naram-Sim, continuador y último gran rey del imperio creado por su abuelo.


Sea como fuere aquí tenemos esta hermosa pieza metálica, fundida en bronce a tamaño natural (36 cm. de altura). Fue hallada en una escombrera del templo de Isthar en Nínive, donde fue a parar después de ser mutilada de forma intencionada, lo que explica la ausencia de las incrustaciones que poseía y de las orejas. Ha sido fechada, también sin datos definitivos, en torno al año 2250 a.C. Fijaos en la capacidad del broncista (que probablemente pertenecía a un taller real) para reflejar los rasgos del retratado: la nariz aguileña, los labios carnosos o el detalle de la barba. Vista de perfil nos atraerán el tocado que ciñe la cabeza y el moño en el que se anuda el cabello. Pero no se trata tanto de un retrato realista sino de una composición que quiere idealizar la fisonomía del personaje como monarca poderoso.


Desgraciadamente, se trata de una joya perdida: desapareció del Museo de Bagdad, que la custodiaba, durante el gigantesco saqueó que sufrió aquella institución en el año 2003.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Estela de Ur-Nanshe (2494-2465 a C.)


Desde muy pronto, el relieve sumerio alcanzó una gran calidad. En los mismos, tallados por lo común en piedras de diferentes clases, una compleja trama de figuras suele ocupar toda la superficie.

Durante el Dinástico Arcaico II aparecieron objetos cultuales de imprecisa funcionalidad, sobre todo, placas perforadas, esto es, lastras de piedra de superficie cuadrangular, con orificio central para poder ser fijadas en las paredes de los templos. Al parecer, celebraban la inauguración de construcciones religiosas y otros eventos de notable significación.
Los bajorrelieves que las decoran, dispuestos en dos o tres fajas o registros, formando composiciones unitarias, reproducen sobre todo un acontecimiento: el banquete ritual, del que es sujeto un importante personaje, rodeado de familiares y servidores, en conexión casi siempre con edificaciones de templos. De estas placas del symposium, como también se las conoce, tenemos algunos destacados ejemplares hallados en Khafadye, Eshnunna, Tell Agrab, Ur y Nippur.
Pertenecientes a la I Dinastía de Lagash, y de su fundador, Ur- Nanshe (2494-2465 a. C.) nos han llegado cuatro placas que lo presentan como constructor de templos. De ellas destaca la tan divulgada del Louvre (47 por 58 cm), de caliza, cuya superficie aparece dividida en dos registros: en el superior se ve al rey de pie portando el cesto de ladrillos en su cabeza, y en la inferior, sedente, libando con un vaso en la mano. En ambas representaciones, y a menor tamaño, aparece su copero. Asimismo, ante el rey se hallan sus hijos, entre ellos Akurgal, el heredero del trono.

Templo oval de Jafache (Khafadye) (2700 a C.)


Entre los años 2700-2400 antes de Cristo- se construyó en Khafajeh un templo oval consagrado a un dios desconocido. Presenta la novedad de estar rodeado de una doble muralla que cerraba un recinto de 103 metros de longitud por 74 de anchura. Está edificado sobre una alta plataforma de tres niveles y aislado del resto urbano por potentes defensas de perímetro ovalado. En su interior, además de las instalaciones propias del culto, existían almacenes, cocinas, talleres y otras dependencias administrativas.

Reconstrucción del zigurat de Ur (Tercer milenio a. c.)





Los zigurats mesopotámicos son unas de las construcciones más famosas de la Historia del Arte... aunque en la práctica no conocemos el estado original de ninguno de sus ejemplares. De las casi tres docenas de ellos que se conservan, en su mayor parte se trata de informes restos de ladrillo que no han sobrevivido al paso del tiempo y de los hombres. Sólo en algunos casos tales restos cobran algún significado, como fruto de modernas restauraciones que pretenden devolver a estos edificios parte de su esplendor originario. Sin embargo, sus características están atestiguadas por numerosos textos. Recordemos, sin ir más lejos, que la propia Biblia se hace eco de su importancia cuando nos describe brevemente una de estas construcciones en el episodio de la Torre de Babel. Así, el Génesis alude a la altura de la torre y al hecho de que estaba realizada con ladrillos cocidos al fuego.
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Sabida es la ausencia de la piedra en la arquitectura mesopotámica más antigua, cuestión fácilmente explicable por la propia escasez de este tipo de material en unos valles fluviales donde los predominante es, por el propio proceso de sedimentación de materiales, la arena y el barro. Partiendo de estas materias primas, las primeras culturas mesopotámicas (sumerios y acadios) van a emplear como elemento constructivo básico un humilde material: el ladrillo de adobe (arcilla con arena y agua, mezclado todo ello con un cierto aglutinante, como la paja), que se seca al sol o se cuece al fuego, lo que lo hace más resistente. Prácticamente todos los zigurats mesopotámicos fueron levantados con ladrillos, los que explica su deterioro.

Básicamente un zigurat no es más que una torre escalonada, realizada a base de la superposición de una serie de terrazas troncopiramidales (lo que genera muros en talud), cuya área disminuye conforme ascendemos. De una a otra terraza se accede mediante un sistema de escaleras que, en ocasiones, pueden sustituirse por rampas. Según el historiador griego Herodoto, sobre la terraza superior se disponía otra construcción que remataba el conjunto y que ha sido interpretada como un templo, aunque no se ha conservado en ninguno de los zigurats que conocemos. En realidad, todo la construcción puede considerarse como un recinto de carácter religioso, ya fuera porque se estimaba que en él residían los dioses o porque allí se efectuaban diversas ceremenias religiosas, entre ellas las ofrendas a la divinidad. La arqueología ha confirmado el proceso seguido para construirlo: habitualmente se levantaban sobre restos de edificaciones preexistentes y disponían de un núcleo interior a base de ladrillos secados al sol y revestidos exteriormente con ladrillos cocidos.

Los primeros zigurats se edificaron a comienzos de la etapa sumeria (Periodo Dinástico Arcaico), en la primera mitad del tercer milenio a.C., pero fue a fines de dicho milenio (durante el llamado Periodo Neosumerio) cuando se edificaron las más conocidas de estas torres escalonadas. Entre ellas destaca la que ordenó construir en la ciudad de Ur el rey Ur-Nammu, dedicada a la divinidad local asimilada a la Luna, la diosa Nanna o Sin. Posee planta rectangular de 62 x 43 metros y, todavía hoy, sus ruinas se levantan hasta más de 21 metros de altura. Llama la atención su sistema de escaleras en ángulo recto, con una de ellas en posición central, embocando la parte superior de la primera terraza, y otras dos laterales.

En el contexto de las diversas culturas de Mesopotamia, la invención de zigurat como espacio de carácter religioso, fuese cual fuese su finalidad última, se reveló como de una gran utilidad, ya que se siguieron construyendo en época babilónica y aún en la asiria. A fin de cuentas, se trataba de dar alojamiento a los dioses. Nada menos.