La historia del arte bizantino va íntimamente ligada al desarrollo histórico de este Imperio, nacido de la desmembración del Imperio romano en dos ámbitos, el Occidental, que desaparece en el 476 y el Oriental, que prolonga su devenir histórico hasta la toma de Constantinopla por los turcos ya en el S. XV.
Es por tanto uno de esos periodos históricos que todos sabemos cuando acaba, pero no tanto cuando comienza, porque para algunos historiadores se puede hablar de Imperio bizantino cuando Constantino divide en dos regiones el Imperio y funda Constantinopla en el S. IV; pero para otros no empieza hasta que cae el Imperio romano de Occidente en el 476; para otros, en cambio, se inicia con el reinado emblemático de Justiniano en el S. VI, y para otros incluso, cuando se produce la llamada “Crisis Iconoclasta”, ya en el S. VII.
Sea cual sea la opción más acertada es indudable que el mandato de Justiniano (527-565) es una referencia incuestionable del arte bizantino, por ser el momento en el que se levantan y decoran las principales construcciones de la ciudad de Bizancio. Quienes se oponen a este criterio alegan que la etapa justiniana constituye una prolongación del arte bajoimperial clásico, y que asimismo la “Crisis Iconoclasta”, con su persecución de las imágenes y el simbolismo de los iconos es una muestra clara de arte medieval, pero por otro lado es indudable que las aportaciones que suponen las obras del periodo Justiniano completan el repertorio más conocido y emblemático de lo que llamamos arte bizantino.
Desde el punto de vista de la arquitectura es un arte dominado por el llamado “cesaropapismo” que convierte al emperador en la máxima autoridad eclesiástica, lo que deriva en una arquitectura religiosa pero al servicio del emperador. Ello explica su aire cortesano y el predominio de formas lujosas y solemnes. No obstante es cierto que desde una visión puramente técnica el arte bizantino en esta primera etapa es de tradición romana, tanto por la utilización de bóvedas y cúpulas, como por el sentido monumental de sus construcciones, como por el amplio repertorio de sus soluciones técnicas. A ello se añade una decoración rica en los interiores, cuya concepción espacial sigue siendo prioritaria. Sobre todo teniendo en cuenta ese efecto sorpresa tan característico de la arquitectura bizantino de concebir los exteriores muy pobres de apariencia en contraste con el interior. Las plantas son mayoritariamente basilicales aunque con una tendencia a la centralización de los espacios. Se amplían con una tribuna en altura (el matronium dedicado expresamente a las mujeres) y con dos capillas laterales en la cabecera flanqueando al ábside central, llamadas prótesis y diaconicon.
De todas las construcciones del periodo de Justiniano, sin duda la iglesia de Hagia Sofia o Iglesia de la Sabiduría Divina constituye la obra cumbre del arte bizantino y sin duda una de las más importantes de la Historia de la arquitectura.
Dentro de la concepción de la arquitectura como un efecto del cesaropapismo que ya hemos comentado, Santa Sofía se concibe no como una basílica para el pueblo, sino como la gran basílica del emperador Justiniano, construida junto a su Palacio y con todo el esplendor de la Corte. Por otra parte hay que inscribirla también en el amplio programa constructivo que acomete el emperador después de la sangrienta Insurrección Nika del año 532, que destruyó buena parte de la ciudad, y que a punto estuvo de acabar con su reinado. El hecho mismo de la destrucción de la anterior iglesia de Santa Sofía, obliga a convertir la construcción de la nueva en el símbolo del poder reconquistado y de la nueva era del imperio de Justiniano
La planificación constructiva corre a cargo de dos autores, como era habitual en el mundo clásico: uno solía actuar como teórico (Antemio de Tralles), y el otro como ingeniero (Isidoro de Mileto), aunque también podría añadirse a ellos el nombre de Isidoro el Joven sobrino de Isidoro de Mileto, porque es en realidad el que confecciona la definitiva cúpula en el año 568, al derribarse la primera con los terremotos del 553 y el 557.
La obra en su conjunto recoge la tradición constructiva y los avances técnicos de la arquitectura romana, aunque el trazado de la planta resulta una síntesis curiosa de tradición occidental y orientalizante porque su dibujo basilical de tres naves es de tradición occidental, pero su centralización del espacio resulta de tradición oriental. Esta mezcla se consigue configurando una planta de tres naves aunque inscritas en una planta de cruz griega, y por otra parte utilizando la cúpula como refuerzo del efecto centralizador.
En este sentido es determinante el estudio de planificación y contrarrestos de la cúpula, que como ocurriera en la construcción del Panteón de Agripa resulta determinante en toda la construcción: la cúpula descansa sobre dos grandes exedras o medias cúpulas, una en la parte de la cabecera y la otra a los pies, y estas dos, a su vez, descansan sobre otras dos pequeñas exedras o cupulines cada una, abiertas en los ángulos. De esta forma se consigue asentar un sistema original, novedoso y extraordinariamente dinámico de soportes encadenados para la inmensa cúpula. Así, el peso de la cúpula central se reparte en un proceso continuado a través de las exedras, que como las ondas en el agua, trasladan progresivamente el peso de la cúpula a las exedras y desde éstas a los cupulinies. Por si acaso, la cúpula también se apoya en soportes directos: los cuatro grandes pilares centrales, que a su vez, también transmiten el peso de la cubierta por medio de arcos transversales hacia otros tantos contrafuertes exteriores, de considerables dimensiones y tremenda apariencia.
Al interior, el efecto que consigue este diseño es el de una concepción espacial que resulta única e inigualable. Sin duda vuelve a ser la cúpula la principal protagonista de todo entramado arquitectónico. Si bien no es tan grande como la del Panteón (31m de diámetro por 44m de aquélla), su efectismo es mucho más espectacular, ya que el mencionado sistema de soportes y la luminosidad que irradia favorece la ilusión visual de que está "suspendida en el aire". Se articula como una concha gallonada de cuarenta nervios y cuarenta plementos curvos que apoyan en cuatro pechinas. Está construida con ladrillos puestos de canto y gruesos lechos de mortero para conseguir una mayor ligereza, y carece de tambor, gracias precisamente a su peculiar sistema de soportes. Este mismo sistema permite también la apertura de numerosas ventanas en la base de la cúpula, lo que influye decisivamente en el efecto lumínico de Santa Sofía.
Gracias a ello, Santa Sofía sorprende al interior por su luminosidad, procedente no sólo de las ventanas de la cúpula central, sino también de las que se abren en las exedras mayores y menores y en los muros laterales, muchas de las cuales eran originariamente de colores. A ello hay que añadir la utilización de mármoles polícromos en los pilares principales, que logran mitigar su gruesa volumetría. Sin olvidar la importancia en este fenómeno desmaterializador de los mosaicos que enriquecían el interior, y que colocados precisamente allí donde se disponían las lámparas y antorchas, conseguían tintineos y reverberaciones lumínicas de un brillo prodigioso. Se sabe de algunos de estos mosaicos como una Virgen con el niño en el altar y un Pantocrator en la cúpula, que serían los más importantes y de los que no queda resto alguno, más otros muchos cuyos restos, escasos, quedan diseminados por el templo.
También habría que destacar finalmente en esta concepción interior, la sensación de amplitud que consigue el diseño de la planta; la dinamicidad que supone la alternancia de elementos esféricos y rectos; así como la constante combinación de espacios entrantes y salientes, que dilatan el espacio y lo agilizan en una continua sensación centrífuga y flexible.
Al exterior destaca el rítmico juego de volúmenes escalonados, que como si de una cascada se tratara se precipitan desde la cúpula principal a las exedras mayores, a las exedras menores y finalmente a las pequeñas capillas del nivel inferior, constituyendo una auténtica sinfonía de formas constructivas. Un carácter más pesado adquieren en cambio los contrafuertes exteriores que reciben los empujes transversales de los arcos internos. Tan gruesos, que las fachadas laterales pierden algo de la agilidad constructiva del resto del edificio.
La iglesia de Santa Sofía se conservó intacta poco tiempo, ya que los sucesivos terremotos de los años 553 y 557, contribuyeron a hundir definitivamente la cúpula en el año 558, siendo reconstruida en el 568. A finales del S. X volvieron a producirse desperfectos menores que obligaron a nuevas obras, pero la alteración mayor se produjo al ser tomada Constantinopla por los turcos en 1453, convirtiendo Santa Sofía en una mezquita. De ahí la elevación de los minaretes exteriores; la reorientación del templo, lo que altera el eje longitudinal original de la planta, ya que el ábside de la iglesia queda relegado a un segundo plano; y finalmente la transformación de la ornamentación interior, muy poco afortunada, que afectó a los mosaicos primitivos, que desaparecieron, y empobrece su esplendor original.Y ahora, como actividad, debes visitar el siguiente enlace, leer la información que te ofrece y luego, responder por escrito a las preguntas que se te formulan:
http://www.artecreha.com/El_muSeO_creha/sala-8-cupula-de-la-iglesia-de-santa-sofia.html
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