Quizá sea en la Estatua ecuestre de Marco Aurelio donde con mayor claridad se aprecian los nuevos rasgos. Fundida en bronce, es una de las obras más preclaras de la escultura romana. Con el manto de soldado sobre la túnica corta -paludamentum: la capa roja de los generales- y botas de patricio, el brazo ligeramente extendido, la mirada directa, todo el movimiento pausado con la misma orientación, la majestuosidad del emperador se manifiesta en su máximo esplendor. El caballo levanta la pata derecha delantera pisoteando a un bárbaro caído que no nos ha llegado, pero que sabemos que existía por la descripción del monumento en los Mirabilia Urbis Romae, una guía medieval de la ciudad de Roma.
La retratística antonina destaca por su aproximación al mundo helenístico, frente a la aproximación al mundo clásico de la retratística julio-claudia.
A diferencia de lo que luego harán los escultores renacentistas, el artista romano no falsifica la relación entre el jinete y la montura, no se trata de un gran caballo que, mirado desde abajo, maraville por su volumen o su corpulencia, por su empuje, sino todo lo contrario, las piernas de Marco Aurelio sobresalen por debajo del vientre de la montura, que no es desmesurada. Tampoco se ha introducido la tensión contenida habitual en este tipo de estatuas, se trata, exclusivamente, de poner ante nuestros ojos la presencia misma de Marco Aurelio, con todo el rigor que sea posible, con toda la nobleza, pero siempre con una nobleza humana y veraz. Esta caracterización anímica del retrato se mantendrá en épocas posteriores, dando lugar a un nuevo realismo -de tipo moral- aunque manteniendo una cierta idealización física
Este retrato ecuestre de Marco Aurelio, emperador entre 161-180, es el único que se conserva entero de época romana. En el siglo X estaba junto a la casa natal del emperador, pero en 1528, Miguel Angel lo hizo trasladar a la nueva plaza del Campidoglio.
Muy influida por la filosofía estoica, la retratística de Marco Aurelio se caracteriza por seguir los modelos definidos por los dos predecesores y por la caracterización psicológica del retrato, desconocida hasta entonces en el mundo romano, y que marcará una nueva dirección en la escultura. No está representado como un príncipe coronado, ni como militar poderoso, sino más bien como hombre cansado y desilusionado filósofo estoico; de ahí su pelo y barba desgreñados y sus ojos casi cerrados.
Su influencia llega hasta el Renacimiento como se pueda apreciar en Il Gattamelata de Donatello, y posteriormente en todos los retratos ecuestres de las plazas públicas barrocas.
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