La escultura griega alcanza su momento de plenitud clásica justamente a mediados del S. V a.c cuando coincide un esplendor económico y cultural posterior al triunfo en las Guerras Médicas, junto a una evolución técnica y artística en el campo de la escultura de la que ya habían sido buena prueba las últimas obras del Clasicismo Severo.
Es por ello en esta fase de Clasicismo pleno cuando se acuñan definitivamente los principios e ideales de perfección y belleza que definirán por antonomasia la escultura griega. Básicamente un concepto estético basado en la proporción, el orden y el equilibrio, y que además toma como referencia de su estética y de su medida el concepto de Hombre perfecto, entendido éste en su doble faceta física y espiritual. Una proporción establecida a partir de una correlación matemática, basada en un canon de proporcionalidad que se fija entre siete y nueve veces el tamaño de la cabeza; un equilibrio basado en una composición característica que se resuelve en la utilización del contraposto; y una representación de la perfección atropocéntrica a través de una expresión característica, muy idealizada, que da lugar a lo que se ha dado en llamar el ethos clásico.
Coincide además esta etapa con uno de los momentos de mayor proliferación de grandes escultores, lo que todavía agranda más la importancia y la trascendencia artística de este periodo. Bastan los nombres de Fidias, Mirón, Calímaco, Cresilas o Policleto para confirmarlo.
Hoy nos centraremos en la figura de este último, en cuya persona coinciden un artista fundamental para comprender la belleza del arte clásico pleno, pero también una referencia teórica que ejemplifica en su obra y certifica en sus escritos esos principios e ideales que fijan los criterios de la estatuaria clásica griega. Lo primero queda reflejado en su amplia obra, aunque muy especialmente en una esencial que es la que hoy nos ocupa, el Doríforo, con la que precisamente trata de plasmar su ideal de belleza, y lo segundo en un tratado, el “Kanon” (la norma) escrito por él y que demuestra su vocación teorizante, y que como señala el título es una recopilación de su concepto de la escultura, en el que sobresalen sus minuciosos estudios de la proporcionalidad del cuerpo humano y su idea de que la belleza se encuentra precisamente en la propia armonía (symmetría) de ese mismo cuerpo.
Policleto, llamado también Policleto el Viejo, para diferenciarlo de su hijo, Policleto el Joven, arquitecto autor entre otras obras del Teatro de Epidauro (también entre nuestras Miradas), nace en el Peloponeso, concretamente en la ciudad de Argos, en la que surge en esas fechas una importante escuela de broncistas de la que él es sin duda su principal valedor. Aunque atraído por la grandeza de Atenas y la actividad artística que se desarrolla en ese momento en aquella ciudad, marchará hacia allí, donde no conseguirá superar el protagonismo artístico de Fidias, con el que entablará desde entonces una fuerte rivalidad. Al llegar las Guerras del Peloponeso, marchará definitivamente de Atenas, regresando a su ciudad natal de Argos, donde ya en una segunda madurez realizó una obra ingente que levantó la admiración de sus contemporáneos. Sobresale especialmente la imagen crisoelefantina de la diosa Hera, más todo el programa escultórico del templo a ella dedicado, el Hereo de Argos. En su obra destacan también dos esculturas igualmente famosas, el Diadumeno y el Discóforo, así como un Hermes para la ciudad de Lisimaquia.
Aunque para siempre quedará su obra más emblemática: El Doríforo (o "portador de la lanza"). Del original en bronce se han conservado numerosas copias romanas, aunque la mayoría lo son en piedra y ante su imagen siempre hay que pensar que la obra de Policleto contaria con unos valores lúmínicos, los que le otorga el brillo del bronce a la estatuaria, que se pierden en esas copias. Por lo demás sí que son fieles al original, si nos basamos en los testimonios de Jenofonte en su Catálogo del S. IV a.c. y en los textos de Plinio, que de todas formas están basados en el anterior.
El Doríforo es la representación de un joven lancero, tal vez Aquiles, aunque en pocas obras como en esta el elemento iconográfíco adquiere menor importancia, porque en realidad el Doríforo es por una parte una representación universal del Hombre perfecto según los criterios del pensamiento griego, y por otra un modelo igualmente universal de los principios de la estatuaria clásica. Como si el Doríforo fuera la imagen con la que ilustrar los valores artísticos que el propio Policleto establece en su Kanon. Así, es una escultura que responde con precisión a los tres pilares del concepto de belleza clásico: symmetría, isonomia, y rithmos. O lo que es lo mismo, equlibrio y proporción conseguidos en base a una armonía matemática. De ahí también que sea el Doríforo el que fija la proporción de la estatuaria del Clasicismo pleno en siete veces el tamaño de la cabeza para el resto del cuerpo, y que sea también esta obra la que establezca la composición equilibrada, pero en movimiento, la (symetría con rithmos), a través de un perfecto contraposto, esa combinación perfecta entre el estatismo que requiere su ideal de armonía física y espiritual, y el dinamismo intrínseco de cualquier escultura que pretende llenar el espacio circundante y multiplicar sus puntos de vista. El contraposto en el Doríforo conserva la simetría, pero induce al movimiento gracias a esa particular disposición del cuerpo en zig-zag: la cabeza inclinándose a un lado, el hombro contrario elavándose, la cadera que se levanta en el opuesto del hombro y la rodilla del otro lado que se dobla. De tal manera que de arriba abajo, cada parte del cuerpo presenta un ligero movimiento que es contrarrestado con otro equivalente a derecha e izquierda. La figura queda así perfectamente equilibrada porque está en perfecta simetría.
El Doríforo es además un perfecto estudio anatómico, en el que se advierten toda una serie de criterios geométricos en la solución de algunas partes de cuerpo: las curvas del pliegue inguinal y del arco torácico son segmentos de circunferencia, cuyos centros coinciden en el ombligo; la cabeza es esférica (símbolo de perfección en la parte más noble del Hombre), adaptándose por ello el cabello a la misma a través de su peinado plano; y la cara se divide en tres segmentos, el correspondiente a la frente, el de la nariz y el de la boca.
Un modelo por tanto de perfección y belleza.
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