Un complemento a las clases de Historia del Arte del IES Murgi, de El Ejido (Almería).
martes, 23 de noviembre de 2010
Basílica de Santa Sabina (422-432)
En una basílica paleocristinana la disposición de los elementos responde a las necesidades de culto y a una jerarquización del clero. Así podemos distinguir:
1.- La iglesia propiamente dicha, en la que hay dos partes básicas: el presbiterio y las naves. En el presbiterio se encuentra el altar; bajo él están las reliquias accesibles a los fieles gracias a la confessio (precedente de la cripta); siguiendo la curvatura del ábside suele haber un asiento corrido, la solea, reservado al clero mayor, presbíteros, presidido por la cátedra del obispo; tenemos también la pérgola (precedente del iconostasio); finalmente ocupando parte de la nave central está el espacio destinado al clero menor, los diáconos, que se aísla del resto de la nave mediante canceles, y que constituye el origen del coro. El resto de la iglesia es ocupada por los fieles bautizados, colocándose los hombres en el lado del evangelio, y las mujeres en el de la epístola. Estas últimas se situarán posteriormente en la tribuna, llamada por esta razón matroneo.
2.- El nártex, que se reserva a los neófitos. 3.- El atrio, que sirve para reuniones y catequesis.
En general las basílicas son edificios adintelados, salvo en el ábside; ligeros, diáfanos, sin problemas constructivos y con un espacio interno desarrollado y bastante cuidado que suele contrastar con la sencillez y relativa pobreza de los exteriores. Ni siquiera la fachada tendrá importancia, a pesar de estar coronada por un frontón (siguiendo así el prototipo de templo romano), pues carece de perspectiva al estar precedida del atrio.
El caso que nos ocupa, Santa Sabina, es uno de los ejemplos mejor conservados, junto con Santa María la Mayor. Se construyó entre 422 y 432 por iniciativa de Celestino I y responde a una tendencia a la simplificación propia de la época frente a las anteriores basílicas de fundación imperial. De hecho, como ya hemos mencionado, tiene 3 naves en lugar de las 5 habituales en las basílicas constantinianas, y carece de transepto. Muestra, además, el gusto generalizado en las basílicas romanas del siglo V por potenciar la esbeltez mediante el alargamiento y la mayor altura de la nave central.
Este templo, cuya lápida fundacional se conserva, fue construido entre los años 422 y 432, bajo la dirección del sacerdote Pedro de Iliria y durante el pontificado de Celestino I. Responde al modelo que se difundió en la arquitectura cristiana primitiva tras la publicación del Edicto de Milán (313), que otorgó a los cristianos la libre práctica de sus cultos y ceremonias. Pero no se trata de un modelo original, sino que se encuentra directamente inspirado en un precedente romano: la basílica, edificio dedicado a la administración de justicia y a la realización de transacciones comerciales. Las razones de este hecho parecen estar claras: la congregación de los fieles en un determinado espacio requería de una determinada organización que facilitase una cierta preeminencia del celebrante y, en general, de la incipiente jerarquía cristiana constituida por el clero.
Así pues, este tipo de edificio basilical, con su eje longitudinal claramente marcado, con su cabecera absidada que enmarca el altar y permite al clero situarse en un lugar preeminente, con el nártex adosado a los pies del templo para acoger a los neófitos y, en general, con sus amplias dimensiones que facilitan la congregación de un número creciente de fieles, respondía sobradamente a las necesidades de la religión cristiana. Y estas cuestiones son la que explican la organización de este templo, en la que debe destacarse también la distribución en tres naves, siendo la central más alta y ancha que las laterales y estando éstas separadas de aquellas mediante arcos de medio punto que apean sobre columnas de un innegable clasicismo con sus hojas de acanto. Además, la menor altura de las naves exteriores permite colocar sobre ellas una hilera de ventanales que, junto a los que se disponen en el ábside, iluminan el interior de la iglesia.
En definitiva, tenemos en Santa Sabina uno de los templos más antiguos de la nueva religión cristiana que dejaba atrás el mundo de las catacumbas en el que debió instalarse durante casi trescientos años. pero hay que reconocer que en estas nuevas iglesias levantadas a la luz pública más cosas comenzaban a dejarse atrás respecto al mensaje contenido en los evangelios. Emergía ahora un clero que quería dejar bien patente su posición diferenciada y superior a la del resto de los creyentes. Y en esas estamos todavía. La humildad primitiva estaba en trance de desaparición.
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