Durante el S. XIV es en el entorno de la Corona de Aragón y más concretamente en Cataluña, donde la escultura monumental alcanza sus obras más relevantes. En este sentido hay que destacar la figura de uno de los mejores escultores medievales de la Península, Pere Johan (Tarragona h. 1395- h. 1458?), autor de obras tan significativas como el Medallón dedicado a San Jorge que esculpe en la fachada del Palacio de la Generalidad de Barcelona, realizado en colaboración con su hermano Antoni; el Retablo de la Catedral de Tarragona, o el bancal del Retablo de La Seo de Zaragoza.
Pero a partir del siglo XV Castilla despega definitivamente en un proceso de desarrollo económico que se prolongará durante los siglos venideros, lo que explica su predominio político entre los reinos hispánicos y la atracción que suscita entre los artistas extranjeros, muchos de los cuales (sobre todo flamencos) marchan hacia allí al amparo de la prosperidad. Entre ellos habría que destacar en el campo de la arquitectura a Hanequín de Bruselas, Juan Guas, y Hans o Juan de Colonia. Y en una segunda generación a Simón de Colonia en arquitectura y en el campo de la escultura a Gil de Siloé.
La figura de Gil de Siloé está documentada entre 1486-1503 y ya que también aparece con el nombre de Gil de Amberes se supone que ése sería su lugar de origen. Se trata sin ninguna duda del mejor artista del gótico español.
Tres son sus obras más conocidas con las que da buena prueba de su enorme talento y capacidad, y todas además concentradas en un mismo edificio, que se convierte así en el emblema de nuestro mejor gótico final: La Cartuja de Miraflores en Burgos. Allí realiza el Sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal; el primoroso Sepulcro del Infante Alfonso y sobre todo, el espectacular Retablo Mayor.
El edificio, una iglesia de una sola nave, ábside poligonal de siete paños y bóvedas de crucería estrellada, responde a las tendencias de la arquitectura del momento. Sorprende en todo caso su austeridad, que le viene exigida por sus titulares cartujos.
En cuanto al Retablo Mayor es la obra cumbre de todo este edificio. La ejecuta en madera y en colaboración con el pintor Diego de la Cruz. El diseño, muy original, se resuelve emulando un enorme tapiz, lo que no debe de extrañar considerando la importancia que alcanzan éstos en las decoraciones interiores de la época.
Dos formas geométricas estructuran compositivamente todo el conjunto: el círculo y el rectángulo, de tal manera que el retablo en su conjunto puede dividirse en dos grandes rectángulos: Uno inferior, dividido en calles y dos pisos, con figuras en las entrecalles; y otro superior, que sirve de marco al enorme círculo formado por ángeles, que domina toda la concepción de la obra. Alrededor de este círculo se disponen otros en las esquinas con las imágenes de los cuatro evangelistas y aún queda sitio para disponer a los Padres de la Iglesia, más San Pedro y San Pablo a cada lado.
El tema principal del retablo es el ciclo de la Pasión, cuya culminación es el enorme crucifijo que ocupa el círculo central del retablo.
Pero todo ello en una abigarrada fronda de figuras alusivas, dotadas todas ellas, igual las grandes que las menores, de una vivacidad y una fuerza expresiva realmente poderosa. Tanto es así que en ningún momento la aglomeración de imágenes y elementos decorativos deriva en la confusión o la maraña. Al contrario, el conjunto consigue recrear una imagen gozosa de riqueza ornamental, diversidad expresiva y minuciosidad en el detalle, cuya técnica de ejecución es realmente portentosa.
Una exhibición sobrecogedora a la vista, por la espectacularidad de la composición, la agitación convulsiva de un sinfín de figuras que parecen aletear por todo el conjunto, y la talla precisa y detallista que multiplica hasta el infinito la diversidad de visiones que proporciona el retablo.
Esta obra está comentada en las fotocopias.
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