La pintura del Trecento italiano rompe con la tradición anterior, rígida y simbolista y apuesta ahora por la belleza naturalista y el juego de volúmenes. Pero este proceso no hubiera tenido el desarrollo que tuvo sin la presencia fundamental de Giotto di Bondone.
De Giotto se desconocen muchos detalles de su vida, porque por ejemplo no se sabe exactamente cuándo nació, aunque se postula que hacia 1266-1267, y tampoco se conoce a ciencia cierta su nombre real, porque Giotto es un diminutivo de Ambrosio o Angelo. Sí sabemos que fue hijo de un campesino apellidado Bondone y que por eso fue pastor en su infancia. Aunque pronto se hicieron notar sus extraordinarias cualidades naturales para pintar. Entre la tradición y la leyenda se halla la anécdota que cuenta Vasari de que estando a los once años cuidando su rebaño, Giotto se dedicaba a pintar a las ovejas sobre una piedra y en una ocasión, dio la casualidad de que pasaba por allí Cimabué que al ver la oveja así pintada por el niño se sorprendió tanto que rápidamente fue a convencer al padre para que aprendiera el oficio de pintor. Sabemos también que fue hombre campechano, que se llevaba igual de bien con cortesanos y plebeyos, que llevó una vida hogareña casado y con seis hijos, y que su habilidad como negociante y su austeridad le convirtieron en un hombre rico.
Parece por tanto que en su formación tuvo un papel esencial Cimabue, aunque haya también controversias al respecto, pero está claro que con ese bagaje de formación y esas condiciones innatas que hemos mencionado pronto había de convertirse en un artista verdaderamente revolucionario para su época.
No olvidemos que estamos muy a principios del S. XIV, por ello su cambio de estilo resulta tan revolucionario. Es Giotto el que introduce en la pintura la sensación de volumen, el tratamiento perspectivo buscando la tercera dimensión sobre la superficie pintada, y un naturalismo inexistente hasta entonces. Y lo que es más importante, dota a sus personajes de una profundidad psicológica, que les insufla vida propia, llenos de emotividad y presencia viva. Aspecto este que sorprendería especialmente a sus contemporáneos. Volumen, naturalismo, profundidad y espacio, y un fuerte caráter expresivo, son sus aportaciones, que abren de par en par las puertas de la pintura del Renacimiento, cuyos artistas beberán continuamente en el legado de Giotto.
Sus mejores obras se realizan al fresco, principalmente en tres grandes trabajos: en la Capilla de los Scrovegni de Padua; en la Iglesia superior de San Francisco en Asís, donde son muy famosos sus ciclos sobre la vida de San Francisco, y en los muros de la Iglesia de Sante Croce en Florencia, donde se representan las vidas de San Juan Bautista y San Juan Evangelista, y nuevamente episodios de la vida de San Francisco.
Uno de ellos es el que nos interesa en esta ocasión, uno de los más famosos: La muerte de San Francisco, situada en la capilla que consagrada al santo había mandado decorar a Giotto el banquero Rodolfo di Bari. En el registro inferior del muro izquierdo se representa la muerte del santo, que completaría con el episodio de la comprobación de los estigmas.
Como en otras obras suyas, Giotto prescinde de elementos meramente descriptivos o narrativos y se preocupan únicamente de lo esencial de la escena. Por ello sus trazos son robustos y sus volúmenes sólidos. Otra característica de Giotto es su precupación por recrear escenas con un patente tinte dramático, lo que consigue a través de sus famosos ojos chinescos, rasgados, de mirada penetrante, concentrada, profunda; y desu perfecta interrelación psicológica, conseguida a través de las miradas y sus labios entreabiertos de rictus patético.
Por otro lado, la pintura de Giotto es puro modelado, cuyos gruesos volúmenes con su correspondiente sensación de masa, le otorga a su obra una fuerza expresiva tan notable. Esta concepción volumétrica es consecuencia precisamente de una utilización precisa de la luz, que modela las figuras y se convierte así en Giotto, en un elemento compositivo esencial. Una luz intensa que parece emitirse desde los propios cuerpos y que contribuye a la perfecta sicronización de tonos blancos y pardos que se alternan en toda la obra.
Iconográficamente, destaca como es lógico la figura del santo, que marca una línea horizontal que enmarca toda la composición. Complemento de esta línea horizontal son las verticales de los demás personajes que aparecen en la obra: Jerónimo examinando la herida del costado, y otros monjes que exageran teatralmente sus actitudes para dotar la escena de una mayor carga emocional. Uno de ellos, vuelta su cara al contrario que los demás, observa hacia lo alto cómo el alma del santo asciende al cielo donde es recogida por un cuarteto de ángeles. A la izquierda, y medio escondidos entre la escena aparece el retrato de Rodolfo di Bari y su hermano, comitantes de la obra.
Abajo, diversas escenas de la vida de San Francisco: San Francisco dando su capa a un mendigo, predicando a los pájaros, expulsando a los demonios de la ciudad de Arezzo y un detalle de monjes franciscanos con un burro.
Abajo, diversas escenas de la vida de San Francisco: San Francisco dando su capa a un mendigo, predicando a los pájaros, expulsando a los demonios de la ciudad de Arezzo y un detalle de monjes franciscanos con un burro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario