La escultura gótica en el S. XIII experimenta un cambio sustancial respecto a la que se había desarrollado durante el periodo románico. Especialmente en Francia la rigidez y el estatismo de los siglos XI y XII se ve ahora sustituida por un arte que busca en la labra de la piedra un mayor naturalismo y una mayor proximidad a los temas humanos, dejando de lado el simbolismo anterior. La primera consecuencia de todo ello en el ámbito de la escultura es la liberación de las figuras del rígido marco arquitectónico en el que se veían constreñidas en los edificios románicos, y como resultado, un mayor grado de movilidad en posturas y formas. La segunda consecuencia es un tratamiento mucho más humanista del tema religioso, que deriva en un mayor realismo gestual y en una mayor expresividad.
Todas estas novedades que van afianzándose en Francia se van propagando por el resto de Europa. También por el amplio marco centroeuropeo del Sacro Imperio Romano Germánico, que desde el S. XIII imita el modelo francés en el ámbito de la escultura. Entre los ejemplos más conocidos de ese periodo en esta zona del continente y para ser más exactos en Alemania, destacarían el Caballero de Bamberg, una escultura ecuestre de filiación desconocida, situada en la Catedral de esta misma ciudad alemana, y sobre todo el grupo de Ekkehard y Uta de la Catedral de Naumburgo, ambas caracterizadas precisamente por ese naturalismo de filiación francesa y que en estas obras se exhibe plenamente.
El Grupo de la Catedral de Naumburgo se sitúa alrededor del coro, decorando el presbiterio occidental, y es obra de un autor anónimo, aunque conocido como el Maestro de Naumburgo, que alcanzó con esta obra el máximo apogeo de la escultural alemana medieval. Ekkehard y Uta fueron los benefactores de la Catedral, pues Ekkehard, como margrave del lugar propició la fundación de una iglesia en el S. XI, que sería el origen de la posterior catedral de la ciudad. Por tanto las esculturas se realizan dos siglos después de haber muerto sus protagonistas, pero curiosamente si por algo sorprenden es por su extraordinario realismo.
Ekkehard en efecto destaca por su proximidad física. Primero por su porte majestuoso y solemne; después por sus detalles concretos, como su amplia capa que le da empaque y volumen, el traje largo y su grueso cinturón, su espada fuertemente sujeta y su gran escudo donde puede leerse su nombre. También por su fuerza expresiva, su mirada ladeada y su actitud petulante.
Pero ciertamente, si hemos elegido este grupo escultórico en nuestra historia de la belleza es principalmente atendiendo a la figura de Uta. Ella es sin lugar a dudas una de las esculturas más hermosas de la historia de la estatuaria.
Destaca en primer lugar la sobriedad de la vestimenta, reducida a una túnica ajustada al cuerpo que envuelve toda su anatomía en un volumen neto y escueto de una enorme elegancia. Un minimalismo que refuerza su refinamiento y delicadeza. Pero la vestimenta no es sino el marco que encuadra un rostro de facciones perfectas y belleza impecable. Con sus ojos verdes de mirada profunda y oblicua, sus cejas abiertas para ampliar la hondura de esos ojos; y sus labios carnosos teñidos de rojo por la policromía de la pieza, muy bien conservada. Y todo ello como apenas vislumbrado, embozado en el doblez de la túnica que esconde el rostro, en un gesto esquivo e insinuante. Por si faltaba algún rasgo que añadir a su delicadeza, ahí está su mano primorosa y sus dedos filiformes ajustando los pliegues de su manto.
Su modernidad en el traje y la apostura, y su semblante, pleno de belleza y misterio, han terminado por acuñar una iconografía bastante pródiga entre los grafistas contemporáneos que se repite en la reproducción de princesas, hadas, brujas y personajes del cómic actual y más concretamente de las producciones Disney.
En cualquier caso y más allá de sus derivaciones actuales, la imagen de Uta es y será siempre turbadora y hermosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario