miércoles, 9 de febrero de 2011

Sainte Chapelle, París





















A veces, entender bien el significado de un edificio requiere conocer con cierto detalle las circunstancias que rodearon su construcción. Este es el caso de la famosa Santa Capilla de París. En 1239, Luis IX, rey de Francia (luego canonizado por la iglesia católica), lleva ya tiempo dando muestras de su interés por los asuntos religiosos. Su espíritu un tanto místico le conducirá unos años después a participar en la séptima y la octava cruzadas, muriendo en Palestina durante ésta última. Pero en ese año que comentamos el futuro San Luis ha logrado adquirir por una elevada suma lo que para él resulta una pieza excepcional: la corona de espinas que ciñó la frente de Jesús durante su calvario. Una reliquia inigualable a la que el rey piensa acompañar de otros objetos igualmente de interés. Poco después ya posee un trozo de la Vera+Cruz, el santo madero de la cruxifición de Jesús.

Así pues, el rey toma una decisión: es necesario disponer, dentro del conjunto de los palacios reales, de un templo donde pueda darse culto específico a estas reliquias procedentes de Tierra Santa. Se encarga la construcción del edificio al arquitecto Pierre de Montreuil, que da inicio a las obras en 1242, finalizándose en 1248, un plazo temporal que puede considerarse muy breve para la época. Surgió así la Sainte Chapelle, una de las joyas de la arquitectura gótica francesa.














Este templo-relicario presenta numerosas peculiaridades. Para comenzar, se trata de un edificio de dos plantas. La capilla inferior, dispuesta en tres naves, se consagró a la Virgen María y fue concebida como un espacio de acceso público. Sobre ella se alza la capilla superior, de una única nave; el auténtico joyero de las reliquias sagradas, reservada a la familia real. Pero aquí es donde encontramos las más interesantes novedades. Las bóvedas góticas parecen flotar en el espacio, ya que la presencia de muros es prácticamente inexistente. Todo lo que debía ser pared ha sido sustituido por quince grandes vidrieras y un rosetón, separados por esbeltas columnillas, que resultan casi invisibles. En ellas se narra una visión de la historia humana según la Biblia, desde la creación del mundo hasta la vida de Jesús en un conjunto que ocupa más de 600 metros cuadrados.






















De este modo, la diferente coloración de los cristales provoca un efectista juego lumínico en el interior, que realza la atmósfera intimista que el rey buscaba conseguir: un espacio sagrado como no hubiese otro en la cristiandad, porque allí estaban, en un relicario especial, la corona que Cristo soportó durante su pasión y una parte del madero sobre el que fue crucificado. Luego, mucho después, llegó la Revolución Francesa y la Santa Capilla sufrió varios asaltos, de forma que las reliquias que habían dado pie a su construción acabaron perdidas o dispersas. Pero allí se mantuvo el edificio que materializaba los sueños casi místicos de un rey francés, hasta que en el siglo XIX fue íntegramente restaurado.

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