viernes, 18 de febrero de 2011

Frescos de la Capilla Scrovegni o de la Arena de Padua, de Giotto






De arriba a abajo: Vista general de la capilla, esquema de los ciclos de pinturas, El Prendimiento, La expulsión de Joaquín del templo, la Creación de Adán en una cenefa decorativa y La Desesperación, uno de los Siete Vicios.
Fue Enrico Scrovegni entre 1303 y 1305 quien mandó levantar una capilla cerca de Padua, que sirviera para la remisión de los pecados que su padre había cometido como usurero. La capilla es un edificio rectangular y de ladrillo al exterior y cubierto con una bóveda de cañón, que no hubiera pasado a la Historia del arte de no ser por el fantástico trabajo que realizara Giotto, cubriendo los muros de la capilla con una serie de frescos, que constituyen uno de los referentes más importantes del arte occidental. Sirven además para confirmar la idea de que Giotto personifica el comienzo de una etapa nueva en la evolución del arte, con la que acaba el periodo medieval y comienza el Renacimiento.
Ciertamente no fue Giotto un pintor cualquiera. Dice Vasari, que era hijo de un campesino y que pasó su infancia como pastor, y el mismo autor cuenta la famosa anécdota de que estaba el niño a los 11 años dibujando ovejas con tiza sobre una piedra cuando por casualidad pasó por allí Cimabue y lo vio, y tan impresionado quedó, que logró convencer a su padre de que entrara en su taller como aprendiz. Cierta o no la anécdota, lo cierto es que Giotto fue discípulo de Cimabue y que muy pronto sacó a relucir todo el talento que llevaba dentro. Entre sus mejores obras destacan los frescos dedicados a la vida de San francisco, tanto en la, Basílica de Asís, como en la Iglesia de la Santa Croce de Florencia, así como la obra comentada de la Capilla Scrovegni, en la que se reproducen escenas de la vida de San Joaquín y Santa Ana, la vida de la Virgen y la de Jesús desde su infancia a su labor doctrinal, para acabar con la Pasión y las lamentaciones por su muerte. De entre todas las escenas pintadas por Giotto muchas son especialmente famosas por su calidad técnica, como la Huída a Egipto o el Beso de Judas entre otras, pero dos de ellas resultan cuando menos curiosas, una representa al donante, Enrico Scrovegni, arrodillado en la escena del juicio Final ante la Virgen, ofreciéndole una réplica del edificio de la capilla. La otra reproduce La adoración de los Reyes Magos, y es curioso que como estrella de Belén, Giotto, represente una imagen de un cometa, que bien pudiera ser una réplica del cometa Halley, que pudo verse en el cielo de Italia sólo unos pocos años antes, en 1301, no siendo esta la primera vez que el famoso cometa aparecía en una obra de arte, pues ya había sido representado tres siglos antes en el Tapiz de Bayeux.
Una carga de humanismo que se transmite a través de sus emociones y un concepto más realista de la pintura, marcada por su concepción volumétrica y la búsqueda de la perspectiva, marcan su estilo y con él, el nuevo camino que se abre a la pintura moderna.
En este sentido una visita a la Capilla Scrovegni, resulta emocionante, no sólo por el propio espectáculo que crea sobre el espectador el conjunto mural, cuyo colorido y fuerza lumínica envuelve literalmente al espectador en un mundo de pintura pura, sino porque más allá de su fuerza visual se halla también el descubrimiento de un arte nuevo que revolucionaría el mundo de la pintura.
Aquí se puede hacer una visita virtual a la capilla:
http://www.giottoagliscrovegni.it/ita/visita/mappa_a.htm

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