viernes, 18 de febrero de 2011

Efectos del Buen y el Mal Gobierno, A. Lorenzetti, Palazzo Público Siena,1339



Durante el periodo gótico asistimos a la práctica desaparición de la pintura mural que había caracterizado el arte románico religioso, debido a la utilización generalizada de la vidriera en las catedrales góticas. Pero no por ello desaparece la pintura, que se ubica ahora en otros marcos. Se tata especialmente de una pintura sobre tabla que dará origen a la aparición de los retablos. Estos tienen su origen en las pinturas en madera colocadas en los antipendios de altar, pero que el cambio litúrgico de la época obliga a situar en otro lugar, ya que el cura se coloca ahora delante del tabulum o mesa de altar. Se decide entonces colocarlos detrás de dicha mesa, de ahí el nombre de retrotabulum, del que deriva retablo.

En general las características plásticas de la pintura gótica entroncan con las de la escultura, caracterizada por tanto por un mayor grado de movilidad y naturalismo, si bien se advierten en ella una mayor variedad y diversidad de estilos. Habría así que distinguir el Gótico lineal que se desarrolla en Francia desde el S. XIII; del Gótico Internacional, que cobra vigencia en toda Europa a partir de S. XIV; de la pintura sienesa, que se desarrolla en Italia al filo del 1300; y de los primeros renacimientos, que a caballo de los SS XIV y XV se desarrollan con características bien diferenciadas en Italia y en los Países Bajos. Las diferencias temáticas y sobre todo formales son muy acusadas entre unas y otras. La primera, el Gótico lineal, la más próxima en el tiempo al periodo románico, se caracteriza por su influencia, de ahí sus perfiles gruesos y sus formas todavía un tanto envaradas. Nada que ver con la pintura sienesa, encabezada por artistas como Duccio, Cimabué o Simone Martini, toda ella sensibilidad y delicadeza. Ya los Primitivos, tanto en Italia como en Países Bajos, entroncan con el primer Renacimiento.

En esta ocasión atenderemos a una de estas tendencias de la pintura gótica, el Estilo Internacional, también denominado “gótico cortesano”, un arte característico de buena parte del S. XIV, de esa época por tanto aristocrática, refinada y elegante, que está sustituyendo en las Cortes europeas a la vieja y ruda nobleza feudal.

Plásticamente el Gótico Internacional recoge tendencias lo mismo de las miniaturas que sobre todo se realizan en Francia, como de la pintura sienesa, en ambos casos definidas por esa fina elegancia que caracteriza esa etapa, pero a la que se añaden nuevos ingredientes: principalmente un mayor grado de realismo en las representaciones y como consecuencia de ello, nuevas formulaciones perspectivas que anticipan los logros del Quattrocento. También una nueva temática, donde gana peso el retrato individual y las escenas anecdóticas, a costa de la marginación de la temática religiosa. Plásticamente destaca por una mayor riqueza colorista, y todo ello sin perder ese ritmo compositivo de líneas sinuosas, esbeltas y gráciles, que es lo que le otorga su carácter aristocrático y cortesano. Por ser una tendencia que traspasa las fronteras de las distintas Cortes y se extiende por igual en diferentes territorios europeos, es por lo que recibe esa terminología de Gótico Internacional.

Entre los múltiples ejemplos que se podrían citar de este periodo, tal vez el más conocido y popular por su originalidad y por la renovación de la temática pictórica que supone, es el grupo pictórico de los famoso frescos que ocupan tres paredes de la Sala dei Nove del Palacio Público de Siena, que representan las Alegorías y los efectos del buen y del mal gobierno en la ciudad y en el campo, realizados por Ambrogio Lorenzetti entre 1337 y 1339.

La obra recoge, en buena medida, la mayoría de las características que hemos considerado como propias del Gótico internacional, al fin y al cabo se trata de una visión alegórica de una república idílica donde se manifiestan todas las formas de prosperidad y felicidad social. Estamos por tanto ante un tema civil y no religioso, donde cobra un protagonismo total el tema anecdótico, que es el que da vida a la ciudad representada, y en el que su autor realiza un notable esfuerzo por alcanzar el mayor grado posible de representación naturalista de la realidad: ya no hay paisajes convencionales que actúen de telón de fondo, sino una visión de “reportero” en la que se suceden escenas variadas donde los personajes cobran vida por su naturalidad y espontaneidad. La propia imagen de la ciudad nos acerca a la propia Siena, sin que falten detalles concretos de su arquitectura y su urbanismo. Incluso se advierte un curioso juego de perspectiva, denominado “perspectiva vertical” que superpone en altura aquellas imágenes que se quieren representar más lejos del espectador, lo que sin ser muy ortodoxo como tal perspectiva, es una fórmula ilusoria de representación de la profundidad que llama la atención.

El resultado final es una obra llena de imaginación y colorido, de espontaneidad y gracia, diferente y curiosa, y que abre una nueva vía en la evolución de la pintura medieval.

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