jueves, 13 de enero de 2011

El monasterio de Cluny (Cluny III)

Los monasterios medievales constituyen uno de los baluartes fundamentales de la sociedad de la época pues actúan como células básicas de actividad religiosa, como unidades de explotación agropecuaria en sus feudos, y son además elementos fundamentales en la cohesión y estructuración de la sociedad medieval.

Por tanto, más allá de la idea primigenia de un monasterio como un lugar aislado del mundo donde desarrollar una vida en soledad o en convivencia religiosa para emular las experiencias místicas de anacoretas y ermitaños, las grandes abadías medievales son en época del Románico grandes centros de poder económico y político, reflejo perfecto del monopolio ejercido por la Iglesia en la Europa feudal del Medievo.

En este sentido las órdenes religiosas que surgen en esta época alcanzarán una relevancia enorme hasta convertirse en las protagonistas del momento. Así ocurre especialmente con la Órden benedictina que bajo una organización funcional y ambiciosa irá creciendo en importancia y poder hasta lograr su expansión monástica por toda Europa. La Órden sigue como norma de convivencia la Regula sancti Benedicti basada en un móvil prioritario de vida monástica, el ora et labora predicado por el propio San Benito, según el cual debe alternarse a lo largo de cada jornada cotidiana la vida espiritual y contemplativa que conlleva el rezo, con el trabajo manual. El diseño de las diferentes casas monásticas que van construyendo los monjes benedictinos por toda Europa se adaptarán perfectamente a esta doble actividad diaria, así como a los diferentes hábitos rutinarios que la propia regla también establece rígidamente.

Por ello, la influencia de los monasterios medievales en la definición del estilo románico en arquitectura, así como en la difusión del estilo por toda la cristiandad será decisiva. En primer lugar porque se trata de grandes construcciones, cuyo nivel de calidad y atrevimiento a la hora de introducir novedades técnicas, es consecuente con los grandes presupuestos con que cuentan sus proyectos. Por otro lado, la expansión monástica a través de los nuevos monasterios construidos por el sistema de filiación, según el cual un monasterio se encargaba de la construcción de nuevas Casas en diferentes lugares, dará a todas sus edificaciones una unidad estilística que está en la raíz de la homogeneidad y el carácter internacional del estilo Románico.

En general, los monasterios se asentaban en lugares idílicos, en los que la naturaleza creaba el marco idóneo para encontrar la espiritualidad religiosa. El epicentro y eje rector de las abadías eran los claustros, un espacio cuadrangular que se abría al aire libre. A su alrededor y en su parte oriental se disponían la biblioteca, la sala capitular y la Sala de los Monjes, sala dedicada a la labor intelectual. En el ala meridional, el calafactorium, lugar destinado al aporvechamiento de una fuente de calor, el refectorio o comedor, y la cocina. La parte occidental se destinaba a las cillas o almacenes, las bodegas y las estancias dedicadas a los monjes conversos, auténticos sirvientes de los monasterios. Por último, la parte septentrional se reservaba para la construcción de la gran iglesia de la comunidad, que a pesar de no ofrecer culto a otros fieles que los propios monjes, adquiría muchas veces dimensiones catedralíceas. No faltaban junto a éstas, otras estancias complementarias, como hospederías, enfermerías, establos, escuela de novicios, el palacio reservado al abad, huertos, molinos, etc.

Sin duda el ejemplo más grandioso de ese poder alcanzado por los monasterios medievales sería la Abadía de Cluny, punto de origen de la Órden benedictina, y cuya construcción servirá de referencia a toda la arquitectura románica, pues constituyó el modelo más perfecto y grandioso de dicho estilo.

De su importancia ya dan idea las tres fases constructivas de la abadía. La primera abadía de Cluny (Cluny I) se construye a principios del S. X, concretamente se incia en el 910 y se consagra en 926. Se trata en este primer caso de una fundación promovida por Guillermo el Piadoso, duque de Aquitania. La primera ampliación de la abadía (Cluny II) se realiza poco después, prueba del éxito que ya de incio tuvo el monasterio, en concreto en el año 948, siendo consagrada su iglesia en el 981.

Finalmente se afronta la construcción de la tercera abadía de Cluny (Cluny III), que es la definitiva y la que como hemos indicado se convierte en el gran edificio de referencia de todo el arte románico. La construcción promovida por el abad Hugo se inicia en 1088; en 1095 se consagra el altar mayor, la nave mayor se concluye en 1115, y la consagración final con el templo concluído se produce en 1130.

Dos aspectos destacan en la construcción del edificio: de una parte sus espectaculares dimensiones, que hicieron de este templo el más grande de la cristiandad, así como su perfección constructiva, cuyo módulo de proporcionalidad y armonía sigue un verdadero patrón matemático.

La planta presenta un modelo de "cruz arzobispal", es decir, una planta de cruz latina pero de doble crucero, destacando más en planta el occidental sobre el oriental. Presenta asimismo cinco naves y una amplia cabecera con girola y cinco capillas radiales. Consta además, a la entrada del templo, de una galilea de tres naves y cinco tramos, flanqueada por dos inmensas torres a la entrada.

En conjunto, contando la galilea, la iglesia mide un total de 187 m. de longitud, alcanzando una altura en el crucero mayor, inaudita para la época, de más de 32 m. Las naves además se cubren con bóvedas, de cañón reforzada con fajones ligeramente apuntados en la nave central, y de arista en las laterales y colaterales. Estas dimensiones y la volumetría de un edificio de dos cruceros, quince capillas radiales y cuatro campanarios mayores, con su correspondiente escalonamiento de volúmenes en tres alturas, resultaría espectacular, y de hecho, aún lo es hoy, a la vista del único resto que sobrevivió a la destrucción general de la Revolución francesa: uno de los brazos del crucero mayor.

Por otro lado esas mismas dimensiones comportan un reto arquitectónico para la época, que se resuelve con igual perfección y pericia. No olvidemos que en la arquitecura románica es el muro el soporte tectónico de las bóvedas, pero considerando la altura de la nave central y en este caso la amplitud generosa de los vanos, hacía falta un complemento al grosor de los muros, al efecto de los contrafuertes y a la profundidad de los cimientos para asentar con garantías las enormes bóvedas centrales. En este caso se recurre a una serie de arcos de transmisión de empujes, colocados al exterior de la nave central y sobre las laterales, para apuntalar la bóveda mayor y trasladar así sus empujes al muro exterior. De tal modo que se introduce de esta forma una solución tectónica que puede considerarse un precedente de los arbotantes que serán tan característicos del periodo gótico.

Al interior, destacaba como se indicó al principio, la perfecta armonía constructiva, que crea una sensación espacial amplia y homogénea.

Las bóvedas se elevan altísimas, volteándose asimismo cuatro cúpulas sobre trompas en los dos cruceros y en los brazos del mayor.

En cuanto a los soportes directos se trataba de pilares complejos, de traza cruciforme y columnas en los codillos.

En los muros se abren vanos, todos de medio punto en tres niveles, lo que posibilita la perfecta iluminación de tan tremendas naves pues como ya hemos dicho son de amplia luz.

Al margen de la iglesia, el conjunto abacial de Cluny se complementaba con las estancias consabidas que ya se han comentado, y que fueron ampliándose y multiplicándose con el paso de los años, hasta convertir a todo el conjunto monástico en un emporio abacial de tales dimensiones que de sus restos, queda hoy como residuo el pueblecito de Cluny.


Y ahora, toca vídeo:

1 comentario:

Anónimo dijo...

https://youtu.be/D_lqovHeE00?list=UUnMHp9YxoxnrYdO8t-x_Acg