Nacida en Nueva Jersey en 1954, Cyntia Morris Sherman no manifestó su vocación artística hasta que llegó a la Universidad de Buffalo. Allí comenzó pintando, pero pronto se dio cuenta de que no era lo suyo; de la pintura reconoce: «... no había nada más que decir. Estaba meticulosamente copiando otro arte y entonces me di cuenta de que sólo podía usar la cámara y desarrollar mis ideas con ella». Y ciertamente, fue en la fotografía donde encontró su medio de expresión, llegando a convertirse en una de las fotógrafas más relevantes.
Ella misma, una cámara fotográfica y algo de atrezo es la materia prima que ha necesitado para añadir su nombre al elenco de los grandes fotógrafos de la segunda mitad del siglo XX, aunque ella, más que fotógrafa, se considere una artista visual que utiliza la fotografía. El mérito de esta artista no ha sido solo captar una imagen más o menos impactante u original con su cámara, sino utilizarse a sí misma en sus representaciones y ser capaz de materializar el mensaje que quería transmitir.
Las imágenes de sus comienzos llamaron la atención del público. Entre 1977 y 1980 realiza la serie Untitled Film Stills en la que se retrata a sí misma adoptando multitud de clichés femeninos típicos de la sociedad machista (prostituta, ama de casa, drogadicta, despechada, bailarina). Sus imágenes, realizadas en blanco y negro, se asemejan a fotogramas de películas de los años 40-50. Al verlas, no es posible dejar de recordar a Hitchcock, Visconti o Truffaut, de pensar en lo familiares que resultan, si no estaran sacadas de algún filme de cine negro o del hiperrealismo italiano. Desde un principio, no ha querido dar título a sus obras, que son conocidas por su número de inventario… es el espectador a quien corresponde atribuir un significado a la imagen.
La mujer de las mil identidades se ve a sí misma como un lienzo en blanco en el que plasmar diferentes iconografías de mujer y el resultado es, en palabras de Eva Respini, la conservadora que organizó la retrospectiva en el MoMA en 2013, «una enciclopedia de estereotipos femeninos». Sus fotografías no son autobiográficas pero, en ocasiones, por medio de la artificiosidad, parecen plasmar la cruda realidad.
La artista no duda en recurrir al
artificio, en la expresión y en la
reparación, para narrar una historia
valiéndose de una sola imagen, para
incitar a la imaginación a que invente
la historia que hay detrás. Y, al
parecer, todo comenzó por la afición a disfrazarse que tenía desde que era niña; reconoce que no sabe si por aburrimiento, como terapia o por su fascinación por el maquillaje. El caso es que comenzó jugando con disfraces y maquillaje en la intimidad de su casa, pero, alentada por Robert Longo, a quien conoció en la universidad, se decidió a inmortalizar sus “performances” ante la cámara.
Sin considerar que su trabajo sea feminista, en todas las series que ha realizado a los largo de sus casi 40 años de trabajo ha explorado los innumerables estereotipos de la mujer. Con el inicio de la década de los 80 quiso llamar la atención hacia su utilización como símbolo sexual que fomentan las revistas y la televisión, y realizó la serie Centerfolds, representándose como las modelos de los desplegables en las revistas masculinas.
Sherman aparece en la mayoría de sus obras porque le gusta trabajar sola y hacer todo por sí misma, a lo que se une que contratar modelos puede ser una ardua tarea… lo intentó una vez y no le gustó la experiencia. Ella afirma que es por la libertad que supone trabajar sola, pero quizá sea también por timidez: disfrazarse puede resultar muy liberador y, aunque preste su imagen, su intención no es dejar su esencia, por eso deshecha las imágenes cuando se parecen demasiado a ella. Ha experimentado también con naturalezas muertas en las que no se muestra, pero carecen de la fuerza de sus demás trabajos. Y lo cierto es que los coleccionistas que quieren una obra de Sherman, la quieren con ella y pueden llegar a pagar sumas exorbitantes: su Untitled #96 se subastó en 2011 en Christies de Nueva York por casi cuatro millones de dólares.
Con el cambio de siglo, empieza a recurrir al tratamiento digital de las imágenes, lo que le permite crear escenas cromáticamente chillonas y montajes de numerosos caracteres, como en la serie Clowns, donde no queda muy claro si se trata de una parodia de sí misma. Enmarcada en opulentos escenarios, los personajes que encarna en sus Society Portraits sin título no representan personas reales, sin embargo, la artista las ha hecho parecer familiares en su lucha contra los estándares de belleza que predominan en nuestra sociedad obsesionada por la juventud y la belleza.
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