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martes, 8 de marzo de 2011

Piero della Francesca, La Flagelación, 1450






La tabla que vamos a comentar se halla al parecer relacionada con un episodio que está basado en un hecho real. Representa la escena a Oddantonino de Montefeltro, Conde de Urbino, rodeado de dos consejeros, Manfredo de Pii da Cesena y Guido dell Angello, que habían sido enviados aviesamente por su rival político, Segismundo Malatesta para prender y asesinar al Conde, como así ocurrió en 1444.

Cuando el poder fue recuperado por su hermanastro Federico, a pesar de haber sido acusado del asesinato, quiso honrar la memoria de Oddantonino con esta tabla.

Por ello vemos en la obra dos escenas paralelas, la de primer plano que representa a los protagonistas del hecho en cuestión y la de segundo plano, en la que el tema evangélico de la flagelación de Cristo se toma de forma alegórica, pues se pretende con ello comparar la suerte de Oddantonino con la de Cristo, dos víctimas inocentes de sus verdugos, en este caso de unos flagelantes, que no son otros que los dos consejeros enviados por Malatesta.

No debe extrañar por ello el sentido poético con que está tratada la flagelación, enfatizando así su valor de alegoría.

Como es habitual en Piero Della Francesca (y en gran medida en el Quattrocento), la escena se encuadra en un ámbito arquitectónico clasicista, que sigue las nuevas directrices albertianas. Arquitectura que además consigue un perfecto estudio de perspectiva lineal, complementado con el pavimento del suelo, de una perfecta geometrización.

Una vez más la luz de Piero Della Francesca resulta fascinante. Y una vez más es ella la crea esa atmósfera particular que envuelve sus cuadros de una aire nítido y radiante que emana de las propias figuras. Ocurre así especialmente en todo el marco arquitectónico del segundo plano, que queda mucho más luminoso para compensar de esta forma el mayor detallismo del primer plano, que de otra forma hubiera dejado demasiado marginada la segunda escena.

Las figuras siguen su característico tratamiento volumétrico, firmes y robustas, casi envaradas como las de Ucello, lo que unido a la atmósfera lumínica antes comentada y a los encuadres arquitectónicos que el pintor suele recrear, más escénicos que reales, consigue un mundo ideal en sus cuadros, ajeno, extraño, casi abstracto, pero por ello mismo tremendamente cautivador y fascinante.


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