Páginas

martes, 8 de marzo de 2011

Mantegna, Cristo muerto, 1480-90


Este temple sobre lienzo es un ejemplo perfecto de la importancia de la preocupación por la perspectiva en el Renacimiento, plasmada aquí en este atrevido escorzo.
Mantegna estuvo interesado por este problema desde joven. Vemos a la figura de Cristo ya muerto sobre una mesa funeraria en un escorzo sorprendente y escandaloso. La línea del horizonte está muy alta por efecto de la perspectiva de rana (el pintor se sitúa muy bajo). El cuerpo de Cristo está perfectamente proporcionado a pesar de lo apariencia que pueda dar la perspectiva. Se observa simultáneamente las llagas abiertas de los pies, el vientre hundido, las llagas de las manos y la cara de Cristo con los labios abiertos y la faz amoratada. El estilo de su pintura es duro, con una marcada línea del dibujo, con lo que se consigue un efecto casi escultórico. El sudario de Cristo, al que cubre parcialmente, es un magnífico estudio de los pliegues. Este carácter de frialdal de la muerte se acentúa con un escaso toque de color; la obra parece monocroma. A la izquierda de Cristo hay tres figuras, la primera podría ser San Juan, el discípulo amado, que está rezando, la Virgen, madre del crucificado, que está llorando, y al fondo, tal vez María Magdalena. A la derecha, al fondo de la cama funeraria, un vaso con ungüentos para el embalsamamiento, y una puerta, por la que se entrará a la tumba; son signos de una sepultura inmnente.
El conjunto de la obra ofrece un carácter de dramatismo impresionante, como podemos apreciar por ejemplo en los estigmas de Cristo, que se ven en primer plano, impactando al espectador. Sin embargo, no tienen sangre y son perfectamente elaborados, como si fuera un anatomista, y sobre todo, llaman la atención las manos, que tienen una postura de frente, para que se puedan apreciar.

1 comentario:

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.