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viernes, 11 de marzo de 2011

Miguel Ángel, Piedad Rondanini, 1564



Antes de nada, pensemos: Vemos una madre y un hijo. ¿Es la madre quien sostiene el cuerpo de su hijo muerto, o es éste, el que más allá de la muerte sostiene espiritualmente a la madre?


La evolución de Miguel Ángel en el campo de la escultura es continua. Superado el primer impulso clásico de juventud, y el afianzamiento de su personalidad, primero a través del sentido heroico y después de su famosa terribilitá, desembocará definitivamente en un tratamiento del arte que se enfrenta al clasicismo y emprende una batalla claramente anticlásica que dará lugar al Manierismo.

Ya en tiempos de Vasari quedaba claro que la evolución del arte en el S. XVI estaba marcada por una frontera que establecía precisamente la obra de Miguel Ángel, pero es ya en el S. XX cuando se sistematiza este periodo como un estilo propio, cuyas primeras manifestaciones se producen ya en la década de 1520 y no sólo de la mano de la obra de Miguel Ángel, sino también de pintores como Pontormo e incluso de las últimas obras de Rafael.

Se trata de una reacción a los modelos clásicos, excesivamente rígidos en sus propuestas y cuyo principio doctrinal constreñía la libertad de los artistas. Algo que casaba mal con el espíritu inquieto de Miguel Ángel, cuya creatividad no aceptaba cortapisas. Surge así un arte libre que no queda sujeto a normas y que por ello mismo supone un trabajo del artista a su maniera (de ahí el término), es decir de forma personal y que además suele incluir un hondo sentido espiritual en la obra de arte.

Tratándose de un movimiento anteclásico sus características esenciales serán la tensión frente al equilibrio clásico; el agobio espacial frente a la amplitud; la luz tremolante y vívida frente a la homogénea; el cromatismo intenso frente al suave; la volumetría frente a la gracilidad; la expresividad frente al idealismo, y la inquietud, la sorpresa y la zozobra frente al orden.

Un amplio muestrario de la obra ingente de Miguel Ángel se puede inscribir en este concepto de estilo manierista: buena parte de las piezas que realiza para la Tumba de Julio II, o el conjunto de la Tumba de la Capilla de los Médici en la Iglesia de San Lorenzo de Florencia, por no hablar de otras muestras manieristas en pintura (toda la obra de la Capilla Sixtina) o en arquitectura, caso de la conocida Biblioteca Laurenciana de Florencia. Pero hemos elegido para ilustrar este periodo la más profunda de sus obras, la más espiritual, y además una de las últimas, lo que nos permite comprender mejor toda su evolución artística: la “Piedad Rondanini”

El final de la vida de Miguel Ángel es una etapa difícil para él, llena de religiosidad, pero también de dudas y conflictos interiores, por lo que nos encontramos al Miguel Ángel más intimista, más reflexivo y para muchos estudiosos de su figura, también el más platónico. Son ahora sus ideas las que se convierten en forma y la forma en arte, y para muchos el arte manierista es un arte de la reflexión y de la Idea más que de la observación de la naturaleza. Por todo ello, la Piedad Rondanini es todo un legado para la posterioridad de todo lo que Miguel Ángel fue capaz de aportar a la Historia del arte.

Desde un punto de vista formal, la obra se puede considerar la culminación del manierismo: alargamiento extremo de los cánones, ingravidez y desequilibrio. Y también es manierista la desazón que nos produce esta Piedad. En realidad la misma desazón que provocan el dolor y la muerte de un hijo en manos de su madre. No sólo nos transmite esa sensación la disposición huidiza del cuerpo de Cristo que se resbala literalmente de los brazos de su madre, que se le escapa literalmente de las manos para siempre. Es la talla, esa talla extraña que ha dejado partes pulidas y partes sin hacer la que por una parte nos confunde, pero por otra nos destroza el alma. Porque ahí está contenida toda la expresividad del dolor: en el escultor incapaz de concluir tanta tragedia y en las figuras incapaces de concretar en una imagen su penar porque eso es imposible. La Piedad Rondanini es así como un suspiro, una pieza frágil que parece decirnos adiós. Miguel Ángel estaba en realidad escribiendo con ella su testamento, y estaba diciéndole al futuro que la creación es una Idea y que esa Idea es el arte.

Qué diferencia con la Piedad del Vaticano, donde prevalecía todavía la belleza. La Piedad Rondanini por el contrario es puro misticismo, es religiosidad profunda y sentimiento, es pleno espiritualidad: la de la unión más allá de la materia entre Madre e hijo. Por eso no importa no haberla terminado, porque no importan las apariencias, importa sólo aquello que la apariencia es capaz de hacernos sentir, en este caso.



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