Este óleo es el retrato que Tiziano, pintor veneciano, realiza al rey Carlos I de España y V de Alemania, figura, a la vez simbólica e impactante del emperador, montando a caballo sobre la ribera del río Elba tras derrotar a los príncipes protestantes alemanes que se habían rebelado contra él.
Tiziano, que en este momento tiene 70 años, está dando los primeros pasos de lo que será su última etapa en la que hay una acentuación mayor de los valores pictóricos y cromáticos sobre los dibujísticos, como veremos con más detalle un poco más adelante.
La ausencia de expresión en el rostro de Carlos nos remite a su idea de un emperador estoico y a la imagen propagandística que en ese momento interesaba desarrollar, que no era otra que la de un personaje pacífico. Sin embargo, el uso del morrión de triple cresta, la lanza corta de combate, la pistola de arzón y la ya mencionada media armadura, proporcionan un tono «real» a la pintura, prodigiosa construcción, por tanto, de una imagen a la vez que mitificadora y simbólica, directa y realista.
Es un retrato ecuestre que recoge dos tradiciones representativas de cómo se entendía en la corte al emperador. Carlos a caballo nos acerca al “miles christi” (soldado de Cristo) de tradición cristiana, de san Pablo y de Erasmo de Róterdan; en el cuadro está también presente el concepto de la “universitas christiana”. Es decir, el emperador lucha por una Europa cristiana que ha sido rota por la reforma protestante de Lutero. Pero también se relaciona esta imagen con el retrato ecuestre del emperador romano Marco Aurelio, única obra conservada de la antigüedad clásica y modelo indudable de Tiziano.
La obra une, por tanto, dos antigüedades: la cristiana y la clásica, en las que Carlos V pretendía fundamentar no solo su poder político, sino incluso el de la dinastía de los habsburgos. El emperador es representado no como un campeón del catolicismo o un arrogante vencedor de sus propios súbditos, sino como un reconciliador capaz de gobernar un heterogéneo conjunto de estados y religiones. Debido a todo ello, el cuadro presenta al emperador como figura aislada y no hay ninguna alusión directa a la batalla.
Como buen representante de la escuela pictórica veneciana, Tiziano se preocupa especialmente del color y la luz, por encima del dibujo.
Esto se aprecia especialmente en la armadura, en la que los brillos metálicos y las sombras están dados con total precisión, incluso con gran detalle, como se ve cuando nos detenemos en esa zona del cuadro, o en el arnés del caballo. Pero sobre todo se nota en la iluminación y sentido atmosférico del paisaje en el que ha situado al personaje. Un paisaje que está iluminado por las luces del crepúsculo, con lo que se crea un ambiente de serenidad y silencio.
En el parte derecha se observan las brumas, una pequeña construcción y las ciénagas y estanques que hoy día se siguen dando en la ribera del Elba, donde se libró la batalla.
El sabio manejo del color se constata claramente en el uso del rojo, en sus distintas gamas, en la banda de general y en el penacho que remata el morrión de triple cresta del emperador, en el penacho que adorna la cabeza del caballo y en los reflejos dorados de la gualdrapa del caballo.
La calidad del cromatismo se sigue observando en los colores castaños de los árboles y en los magníficos celajes grises y anaranjados de las nubes del fondo.
La creación de este prototipo de retrato ecuestre abre el camino, por su influencia, a los retratos ecuestres del barroco (Rubens, Velázquez) o de Goya.
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