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viernes, 11 de marzo de 2011

Miguel Ángel, Piedad del Vaticano, 1498,-99






Comentar esta obra resulta, en un principio, bastante sencillo: nos encontramos ante una representación de la Piedad, el momento en que María sostiene sobre sí misma el cadáver de su hijo Jesús, recién bajado de la cruz. Hasta ahí la historia que conocemos, pero empieza la que nos enseña el propio Miguel Ángel.

En primer lugar, una cuestión: ¿Puede una madre tener la misma edad que un hijo o incluso ser más joven que él? Evidentemente, no... a no ser que estemos ante una obra que abandona la fidelidad a la realidad a favor de la expresión de una idea personal. Se cuenta que el propio artista respondió a dicha pregunta con la afirmación de que "las personas enamoradas de Dios no envejecen nunca".

Podríamos decir que la obra presenta una clara composición piramidal; que muestra una extrema perfección en el modelado; que el escultor ha pulimentado el conjunto hasta dejar las superficies completamente lisas. Un acabado perfecto que contrasta con el non finito que Miguel Ángel adoptará en otras obras posteriores. Tal vez pudiésemos añadir el contraste que observamos en este grupo entre los pliegues de la vestimenta de María y los del santo sudario con la desnudez casi absoluta del cuerpo de Jesús. A partir de ello podríamos indicar como el trabajo de esos pliegues y el interés por la anatomía humana nos remiten al más puro clasicismo. Y podríamos acabar comentando como toda la escultura está realizada sobre un único bloque de mármol blanco de Carrara.


Es cierto: todo lo anterior corresponde al comentario de esta obra maestra. Pero reparemos en dos detalles esenciales: de un lado, una madre tiene entre sus brazos a su hijo que acaba de morir. Sin embargo, el dolor no acompaña a esa madre y tampoco está presente en los rasgos del rostro de ese hijo que ha muerto víctima de crueles tormentos. No quiere Miguel Ángel que ese tipo de sentimientos venga a deshacer el ambiente clasicista de su Piedad. De forma que encontramos en ambos rostros una cierta idealización, muy al gusto de los ambientes renacentistas interesados en las ideas neoplatónicas. En cualquier caso, si en María existe el dolor, hemos de buscarlo en su corazón, que la fría piedra no nos permite ver. En Cristo, Dios a fin de cuentas, el dolor puede excusarse.

Por otra parte, las medidas de las figuras no se corresponden ni por asomo con la realidad, pues la madre pasa de los 2 metros. ¿Por qué un admirador de la anatomía, el canon y la proporcionalidad clásica como es Miguel Ángel ha cometido tal aberración? Pues si nos fijamos en la obra podemos deducir que de respetar escrupulosamente estos detalles, la virgen sería insignificante en proporción a su hijo debido a la postura. Es por esto que tenemos aquí un claro ejemplo de “correccción óptica” al estilo griego, o de cómo la forma debe ser subsidiaria del mensaje y por tanto, el artista no debe ser un esclavo de la realidad. Con ello Miguel Ángel está llevando a la Historia del Arte por el camino de la libertad creativa.

En el pecho de María aparece cruzado en diagonal por una cinta en la que puede leerse con facilidad de abajo hacia arriba: "Miguel Ángel Buonarroti florentino, me hizo". No hay más obras de Miguel Ángel firmadas por él más que esta realizada con 23 años.

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