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sábado, 5 de marzo de 2011

Masaccio, El Tributo de la moneda, Fresco de la capilla Brancacci de la Iglesia del Carmen, Florencia, 1424-27





Tommaso di ser Giovanni di Mone Cassai (San Giovanni Valdarno 1401‑Roma 1428). Apodado Masaccio (el "tosco", el pesado) fue uno de los más grandes y el primero para muchos, de los maestros pintores del Quattrocento italiano.

Los textos lo mencionan por primera vez como pintor en 1422, año en que ingresó en el Gremio de Florencia, pero a pesar de esa fecha temprana puede decirse que con Masaccio comienza un nuevo estilo pictórico, igualmente revolucionario como lo habían sido las aportaciones de Brunelleschi o Donatello en arquitectura y escultura, si bien éstos eran mucho mayores que él, lo que permite hablar de un auténtico genio, que a los 25 años ya había madurado su propio estilo y que a pesar de una vida tan breve puede considerársele uno de los fundadores de la pintura moderna.

Su estilo está dominado por el realismo y la sobriedad, por la solidez formal y sus efectos de luz. Se le emparenta en cierto modo con Giotto, si bien en Masaccio no falta el aporte intelectual y humanista de los grandes pioneros del Quattrocento.

Entre 1425 y su temprana muerte a los 28 años realiza dos de sus obras más conocidas y representativas: El fresco de La Trinidad para la Iglesia de Sta. María Novella en Florencia; y los frescos de la Capilla Brancacci en la Iglesia de Sta. María del Carmine de Florencia.

De esta última destaca especialmente la obra que hoy comentamos: la pintura narra el episodio evangélico en el que Cristo, dogmatiza que "hay que dar al César lo que es del César", y por ello manda a Pedro que cumpla con esta obligación, primero recogiendo el óbolo que hay que pagar de la boca de un pez (de ahí el milagro) y después pagándole al recaudador.

La escena por tanto tiene tres momentos bien diferenciados y los tres se representan en el fresco:

a) En primer término, el momento en que el recaudador pide el impuesto y Cristo imperativamente manda a Pedro a cumplir con esta obligación.

b) el segundo, a la izquierda, cuando Pedro recoge el óbolo del pez muerto, hecho que en sí constituye el milagro de este episodio evangélico, pero que aquí se trata de modo bastante marginal.

c) El tercero, a la derecha, cuando Pedro accede a pagar al recaudador.

Las tres escenas no obstante, no siguen un orden cronológico, porque como se ha descrito, el primer hecho se halla en el centro, el segundo a la izquierda y el tercero a la derecha.

La razón de esta aparente contradicción introduce ya un lenguaje nuevo en el campo de la pintura: no se trata de exaltar el milagro en sí, como hubiera sido normal en el arte medieval, sino sobre todo de destacar una actitud, una postura ética, en este caso la de Cristo, que manda pagar el impuesto y cumplir así con las obligaciones cívicas de una manera ejemplarizante.

No hay por tanto sucesión cronológica, porque las tres escenas están en realidad hilvanadas por un mismo significado moral, si bien se conserva aún la tradición medieval de representar al unísono los distintos episodios de un mismo hecho.

Desde el punto de vista artístico, también la obra resulta revolucionaria: destaca en primer lugar el grupo central, que adquiere una apariencia de masa compacta, de bloque. Ello recalca a su vez el sentido de solidaridad y de unidad de los apóstoles con su maestro. ¿Pero cómo se adquiere esa sensación de núcleo cerrado?: en primer lugar a través del modelado de los volúmenes, que Massacio resuelve de modo similar a Giotto, es decir, prescindiendo de lo secundario o anecdótico y con un tratamiento de las figuras monumental, pesado y con matices "escultóricos".

Además la luz incide con toda rotundidad en Cristo y el grupo, con lo que se reafirma su protagonismo; sin olvidar la importancia adquirida de nuevo por la interrelación psicológica de los personajes, que relaciona a todos ellos entre sí y al grupo con el gesto autoritario de Cristo.

Por si esto fuera poco se recurre a una solución también medieval, pero que adquiere ahora nuevas intenciones: el grupo muestra una evidente isocefalia, si bien los pies están a distinto nivel. En realidad lo que ha hecho Massacio es bajar la línea de horizonte, con lo que la perspectiva lineal utilizada obliga a alterar el plano bajo. Con ello se consigue insistir en la idea de unidad y de grupo unificado.

Por ello mismo tampoco existe desconexión entre las escenas representadas. Al contrario, la escena de la derecha se coordina perfectamente con la principal, gracias al efecto de perspectiva logrado por las arquitecturas que enmarcan la escena. Una arquitectura "brunelleschiana" sirve de marco a Pedro pagando al recaudador, y sirve no sólo para introducir profundidad, sino para concordar esta escena con el grupo principal gracias a las líneas que en diagonal nos llevan de uno a otro. De la misma manera que los brazos de Cristo y de Pedro, en el grupo principal, nos dirigen visualmente de modo directo hacia la escena del milagro propiamente dicho, es decir el tercer hecho, situado a la izquierda de la composición.

El paisaje del fondo, que también nos recuerda a Giotto, prácticamente desierto, insiste en la propuesta más característica de su autor, la rotundidad de sus imágenes y su plena volumetría, llena de fuerza expresiva y vigor.

Es ésta ya una pintura humana y no divina. Lo prueba la importancia dada al gesto ético de Cristo, subrayado en el grupo principal, y no al milagro en sí, representado de forma circunstancial. Y lo prueba también la variedad de gestos y actitudes de los apóstoles, más humanos así ante el hecho moral y menos idealizados ante el milagro divino.

La interpretación de la obra Se ha relacionado con los nuevos intereses marítimos de Florencia (no hay que olvidar que el comitente de la obra, Felice Brancacci, había sido cónsul del mar): la idea que se sugiere, entonces, es la del mar como fuente de ingresos para la República, pero G. C. Argan sugiere otra interpretación del tema: «Masaccio es demasiado culto y demasiado humanista como para no entender el significado profundo del tema: sólo a Pedro, como jefe de la Iglesia, corresponderá tratar con el mundo, con los poderes terrenales».

La capilla Brancacci no sólo tiene esta escena. Para que nos demos cuenta del magistral tratamiento de las emociones humanas que tiene Masaccio, podemos ver la Expulsión de Adán y Eva del Paraíso, plasmación perfecta del sentimiento de verguenza, de un patetismo extremo.

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