el Quattrocento representa un cambio revolucionario en el arte del S. XV, marcado por la vuelta a premisas artísticas de carácter clásico y a la admiración de los jóvenes artistas por los logros del arte griego y romano. La ruptura con el carácter religioso del arte medieval y la vuelta a criterios antropocentristas darán lugar a un arte nuevo que consideramos el comienzo del Renacimiento
En el campo de la escultura podemos hablar por ello de cambios revolucionarios en este periodo. Así, la búsqueda de la veracidad en la representación del cuerpo humano supondrá un interés nuevo por el estudio de la anatomía. Renace el sentido de la proporcionalidad, cuyo canon se establece en la medida de 9 y 10 cabezas. Por la misma razón cobra especial vigencia el desnudo, muchas veces relacionado con temas mitológicos, que no obstante en muchas ocasiones suelen encubrir contenidos simbólicos referentes a la iconografía cristiana. Esta es otra característica particular del Quattrocento, la vigencia del tema cristiano, aunque ahora contemplado desde un punto de vista mucho más humanista.
También se advierte dentro de los contenidos temáticos una inclinación por la representación de la naturaleza, que no obstante se ve superada habitualmente por otra influencia clásica más apreciada como era la imitación de modelos de la Antigüedad.
Los materiales utilizados son variadísimos: piedra, mármol, madera, terracota, yeso, y sobre todo el bronce. Asimismo los géneros son múltiples: estatua, busto, relieve, medallones, tondos, etc.
Entre los artistas que suponen el punto de arranque del nuevo estilo se cuenta con dos pintores, Masaccio y Boticelli, un arquitecto, Brunelleschi, y un escultor extraordinario, Donatello, todos ellos considerados con razón los maestros del Quattrocento y por lo mismo del Renacimiento italiano.
Donato di Niccolò (Florencia 1386‑1466) llamado Donatello, no fue solamente el mejor escultor florentino anterior a Miguel Ángel, sino también el artista más representativo del S. XV. De hecho todos los escultores posteriores, incluido Miguel Ángel, se hallan en deuda con él.
Se formó en el taller de Ghiberti con el que empieza a colaborar a los 17 años. En 1408, es decir apenas a los 22 años realiza su primera obra en mármol, su primer David. No obstante en ella aún se advierten elementos de la tradición medieval, que pronto se verán sustituidos en obras como San Marcos o San Juan Evangelista y más claramente aún en su San Jorge, por un criterio humanista, base del Renacimiento escultórico. Experimenta asimismo en el campo de la perspectiva, en relieves como El banquete de Herodes o Assunta, y se aventura con éxito en el retrato ecuestre con una de sus obras más conocidas, el Gattamelata. Es maestro indiscutible en la utilización de todo tipo de recursos y de todo tipo de materiales.
Entre 1431‑33 permaneció en Roma acompañado de su amigo Brunelleschi, aprovechando para aprender de las obras antiguas e iniciando en su vida el periodo de madurez. Prueba de ella son, entre otras, obras tan fundamentales como El David en bronce que hoy nos ocupa o las piezas de la Cantoría de la Catedral de Florencia.
A pesar de que toda su obra supone un cambio radical en el ámbito de la escultura por su continua experimentación formal y sus nuevos contenidos, Donatello disfrutó de reconocida fama y éxito profesional. Con él la escultura vuelve los ojos al sentido heroico y medido de la Antigüedad clásica, si bien bajo un prisma nuevo, el del Hombre nuevo del Renacimiento, el del Humanista en fin. Se dice de él igualmente que introduce el elemento popular en el campo de la escultura. Él mismo es un hombre del pueblo que aprende el oficio trabajando en los talleres, hasta que entre en el círculo culto de Ghiberti. Y aunque buen amigo de Brunelleschi como hemos dicho, existe entre los dos un abismo de clase social. Cuentan que cuando Donatello esculpió el crucifijo de madera de Santa Croce, Brunelleschi le reprochó "haber colocado en la cruz a un campesino", sin haber considerado que las proporciones del cuerpo debían ser perfectas, y más tratándose de la divinidad. Por ello, si Brunelleschi representa la tendencia intelectual e idealizante, Donatello, la dramática y realista.
Pero por encima de consideraciones generales y estudios de estilo, está la obra en sí, en este caso su David en bronce, una de las piezas más hermosas de toda la historia de la escultura, y que por ello mismo sobrepasa líneas divisorias entre estilos, épocas o movimientos, porque en realidad estamos ante la escultura en plenitud.
La figura de David en el Renacimiento representa iconográficamente el símbolo del de la victoria de la inteligencia sobre la fuerza bruta. La forma en que Donatello resuelve este dilema incluye una fórmula que emplea frecuentemente en otras obras suyas como El profeta Habacuc o el mencionado San Jorge. Se trata en todos los casos de contraponer los símbolos, en este caso la fuerza de la inteligencia frente a la fuerza bruta, a través del tratamiento del cuerpo por un lado, y del estudio psicológico por otro.
Así, este David muestra por un lado toda la delicadeza de un cuerpo que destaca precisamente por su fragilidad, por su sensualidad y lirismo, pero por otro, manifiesta al mismo tiempo la determinación de una mirada fija y reflexiva, la fuerza invencible de un espíritu victorioso. Para completar este doble juego de símbolos contrarios parece que efectivamente haya trabajado por separado el tratamiento del cuerpo y el de la expresión: en el tratamiento del cuerpo, Donatello aprovecha magistralmente las calidades que le otorga el bronce y que resultan determinantes en este caso, consiguiendo unos efectos sobre la luz que parece resbalar sobre su superficie, creando brillos, juegos de luces y sombras, y un tactos terso, que conllevan un fuerte contenido sensual y erótico, sólo dulcificado por un suave contraposto. En realidad, David parece un adolescente y como tal, ambiguo en su sexualidad, lo que lo hace más niño y más infantil y por ello más débil, lo que contrasta así más violentamente con esa expresión honda y plena, con esa mirada penetrante y esa pose arrogante y altanera, con su pie sobre la cabeza vencida de Goliat, que confirman su fuerza interior y su victoria completa, la fuerza de la mente, que ante nosotros en realidad se nos muestra como la victoria del arte y de la belleza.
Se considera el David la más clásica de las obras de Donatello y con razón: utiliza un tema de la tradición bíblica, pero lejos de otorgarle un sentido meramente religioso, lo aprovecha para transmitir un contenido humanista de valor universal: el triunfo de la intelectualidad, de la reflexión, de la inteligencia y del arte, frente a la tosquedad y la violencia de las mentes incultas. Es clásico también la utilización tan valiente del desnudo clásico, sin desdeñar además toda su carga de sensualidad y de erotismo. Es clásico su canon de proporcionalidad, como lo es también su perfecto contraposto. En fin, la obra toda está cargada de la grazia clásica de las obras greco-romanas. Como ellas, plena de perfección y belleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.