La pujanza económica que alcanza a buena parte de Europa como consecuencia de los réditos obtenidos por la revitalización de la agricultura y el comercio del S. XIII, también permiten una renovación importante de la arquitectura civil, detrás de la que se encuentra una clase adinerada de burgueses y nobles, que en el plano del mecenazgo van a rivalizar con la iglesia en la promoción de nuevos edificios.
Cambian en primer lugar las residencias palaciegas, especialmente a partir de la batalla de Crecy en 1346, cuando la aparición de la artillería pone en entredicho las tipologías de los castillos tradicionales y obliga a la construcción de residencias aisladas y sin función militar. Además, en las ciudades más desarrolladas del norte de Europa, especialmente en Francia y los Países Bajos, las clases adineradas dan muestra de su poderío con una serie de construcciones civiles características, como los hospitales y sobre todo los ayuntamientos, edificios que adquieren una enorme relevancia en este momento pues al fin y al cabo se convierten en el centro del poder burgués y por ello en un símbolo de su ascendente social. Destacan entre otros muchos, el de Brujas, por ser el primero de 1376, el de Rouen, Lovaina o el de Bruselas, algo posterior pues se inicia en 1402 y se concluye en 1449. En todos ellos destaca especialmente la apariencia externa muy cuidada y profusamente decorada con elementos propios del repertorio goticista: arcadas ojivales, pináculos, doseletes, tracerías y torres de considerable tamaño rematadas en chapitel, que otorgan al conjunto un aspecto recargado y casi de filigrana
El proceso es común a muchos puntos del continente, y también a la península Ibérica, y en especial al amplio marco de los reinos de la Corona de Aragón. Es precisamente, el auge económico experimentado por las clases enriquecidas que se han beneficiado de la expansión mediterránea, lo que permite en este territorio la aparición de una arquitectura civil que origina nuevos edificios como las lonjas o las atarazanas de Barcelona, Mallorca y Valencia, y que introduce el estilo gótico en las construcciones civiles tradicionales, como ocurre con los palacios urbanos.
En el caso concreto de Valencia nos encontramos una ciudad que alcanza un momento de esplendor económico coincidiendo principalmente con el S. XV, que es lo que explica que sea en esas fechas cuando se levantan sus edificios más emblemáticos de estilo gótico. Así, las Torres de Quart, de Pere Bonfill, son del S. XV; de la misma época que el Palacio de Baylia; que el actual Palau de la Generalitat; el Portal de la Valldigna; el Palacio de Benicarló, o la Lonja de la Seda que hoy ocupa nuestro comentario.
La Lonja de la Seda constituye, en efecto, uno de los edificios más señeros y hermosos de la ciudad de Valencia, en el que coinciden dos partes bien diferenciadas: La sala de Contratación, que podemos considerar propiamente como Lonja, y que se localiza en el ala derecha del edificio, y el gran salón del Consulado del Mar, correspondiente al cuerpo de la izquierda de la construcción, que fue añadido ya en el S. XVI
La primera piedra de la Lonja se coloca en 1482, siendo su maestro de obras Pedro Comte, que ya había trabajado en el Palau de la Generalitat de la misma ciudad. Más tarde se cita también a Joan Ivarra, así como canteros vascos y santanderinos. El edificio inspirado en la Lonja de Palma levantada por Guillem Sagrera, parece que se terminó con prontitud pues estaba concluido quince años más tarde.
En cuanto al Consulado del Mar se adosa al edificio anterior a partir de 1498, si bien la obra se prolongará largamente, hasta 1548, por lo que no es de extrañar que se introduzcan en su decoración elementos ya de ascendencia renacentista.
La planta de la Sala de Contratación es de forma rectangular, dividida en tres naves sostenidas por veinticuatro columnas helicoidales o funiculares, igual que ocurre en la Lonja de Palma, que le otorgan al edificio una sensación espaciosa y de un efectismo muy original y vistoso.
La sensación espacial se acentúa además en su ingravidez y elegancia gracias a las bóvedas de crucería que cierran el salón, muy voladas y atrevidas.
Al exterior, la fachada es igualmente notable en su efectismo ornamental. Una torre cuadrada, severa en su disposición aunque animada con la apertura de algunos ventanales, divide todo el frontis en dos partes. La parte de la izquierda corresponde al Consulado del Mar y es obra postrera del S. XVI, con recursos ornamentales de clara influencia renacentista. La de la derecha, correspondiente a la Lonja propiamente dicha, presenta grandes ventanales góticos con bellas tracerías y una profusión de pequeñas y grotescas figuras de hombres y animales. A mediana altura, sendos grupos de dos ángeles cada uno sostienen a derecha e izquierda los escudos de la Corona de Aragón.
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