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viernes, 25 de febrero de 2011

Brunelleschi, Cúpula de Santa María de las Flores, Florencia, 1420-36







El caso de Filippo Bruneleschi es uno de esos episodios que agrandan si cabe la carga épica que conlleva el Quattrocento italiano, porque un hecho aislado y aparentemente poco importante marcará su vida y en cierto modo el devenir de la Historia del Arte. Y no es otro que su fracaso en el concurso de adjudicación de los relieves escultóricos de las puertas del Batipsterio de Florencia que obtendría su rival Ghiberti, motivo que, despechado, le abocaría al campo de la arquitectura, donde curiosamente a la larga obtendrá su fama.

A partir de ese momento, su interés por las matemáticas y su estudio de los monumentos antiguos completaron su formación de cara a esta nueva actividad. En 1423 inicia su labor en la cúpula de la Catedral de Florencia, actividad que le ocupará prácticamente hasta el final de su vida, pero que marca un hito en el devenir de la Historia de la arquitectura. Con esta obra no sólo resuelve un difícil problema técnico, sino que sienta las bases de toda la arquitectura renacentista, al introducir la referencia de la Antigüedad, al establecer un sistema de proporcionalidad y armonía a la medida del Hombre, y también al convertir al viejo Maestro de obras medieval, en un proyectista, en un creador, en un arquitecto en fin, de amplia formación intelectual.

La Catedral de Florencia era ya un edificio de enorme prestancia que contaba además con un elemento arquitectónico de gran simbolismo, el campanile construído por Giotto, lo que convertía el nuevo proyecto de cubrir con una cúpula el crucero de la iglesia en un reto de enorme alcance.

Y no sólo por esas razones, también lo era sobre todo desde un punto de vista técnico ya que se trataba de cubrir un diámetro de 42 m. y había que hacerlo con un método de autosostén de la cúpula durante su construcción, pues difícilmente se podía apear sobre una cimbra de madera dadas sus dimensiones, en un caso muy similar que nos evoca invitablemente el ejemplo ya estudiado del Panteón de Agripa.

En 1418 se falla el concurso de adjudicación y comenzarían las obras. El resultado al cabo de casi veinte años de trabajo sería una cúpula de perfil apuntado, sobre tambor octogonal de ocho paños, que se convertiría en un símbolo de toda la ciudad de Florencia.

Como hemos dicho, arquitectónicamente la obra recuerda en su alarde y relevancia la obra del Panteón de Agripa, convirtiéndose como éste en un modelo de una nueva época caracterizada por su revolución técnica, e iniciando así en el campo de la arquitectura la referencia Clásica.

La cúpula se construye por medio de dos casquetes (externo e interno) separados entre sí por un espacio hueco, que alivia el peso de la obra sobre el tambor. Ambas paredes se traban por medio de listones de madera y ladrillos engarzados, lo que se llamó espina pezze. De esta forma Brunelleschi lo que hace en realidad es ir construyendo la cúpula por medio de anillos concéntricos, que van autososteniéndola mientras se eleva. Método también obtenido del ejemplo constructivo romano.

Al exterior, cada uno de los paños del tambor presenta un amplio óculo, (recuerdo también de lenguajes clásicos), y planchas de mármol coloreadas. Los ocho plementos en que se divide la cúpula propiamente dicha, están asimismo divididos por otros tantos nervios, también realizados en mármol y horadados por los mechinales que quedaron como testigos de los sucesivos anillos de construcción.

Es importante también insistir en la importancia adquirida al exterior por el valor cromático de todo el muro, que al conjugar el blanco y verde de las planchas de mármol, más el rojo del ladrillo en los plementos, anima el exterior arquitectónico desterrando la imagen pétrea de la arquitectura medieval. El resultado final será una grandiosa construcción que se dibuja contra el cielo de Florencia con un perfil apuntado, del que destacan por su luz y colorido los plementos de ladrillo rojo y los nervios gruesos de color blanco.

Como remate se construye finalmente una linterna de forma circula, que no se terminaría hasta 1464. Actúa como una verdadera coronación de toda la construcción, y contribuye lógicamente a la iluminación cenital del crucero del templo. En este sentido, se introduce ya el concepto de unidad que provoca el efecto lumínico en la arquitectura del primer Renacimiento.

Las aportaciones que supone la construcción de esta cúpula no se limitan únicamente a la importancia técnica que tuvo en su momento, sino también a la relevancia que a partir de esa etapa adquiere también el papel del arquitecto. Brunelleschi no sólo controló personalmente todo el proceso constructivo, sino que consiguió que ese protagonismo suyo, desde le traza de la construcción hasta su remate final, le convirtieran en algo más que un maestro de obras medieval, y superara su anonimato desde la relevancia de su papel como artista y no como artesano. Un cambio también característico de la nueva época que acababa de comenzar.

Curiosamente y como una ironía del destino, en el concurso de adjudicación de la cúpula y posteriormente de la linterna, coincidirían de nuevo los nombres de Ghiberti y Brunelleschi, aunque en este caso, como si de una pequeña vendetta se tratara, la dirección de la obra estuvo a cargo de Brunelleschi, mucho más preparado por otro parte para el trabajo de arquitectura que Ghiberti.

El caso de Filippo Bruneleschi es uno de esos episodios que agrandan si cabe la carga épica que conlleva el Quattrocento italiano, porque un hecho aislado y aparentemente poco importante marcará su vida y en cierto modo el devenir de la Historia del Arte. Y no es otro que su fracaso en el concurso de adjudicación de los relieves escultóricos de las puertas del Batipsterio de Florencia que obtendría su rival Ghiberti, motivo que, despechado, le abocaría al campo de la arquitectura, donde curiosamente a la larga obtendrá su fama.

A partir de ese momento, su interés por las matemáticas y su estudio de los monumentos antiguos completaron su formación de cara a esta nueva actividad. En 1423 inicia su labor en la cúpula de la Catedral de Florencia, actividad que le ocupará prácticamente hasta el final de su vida, pero que marca un hito en el devenir de la Historia de la arquitectura. Con esta obra no sólo resuelve un difícil problema técnico, sino que sienta las bases de toda la arquitectura renacentista, al introducir la referencia de la Antigüedad, al establecer un sistema de proporcionalidad y armonía a la medida del Hombre, y también al convertir al viejo Maestro de obras medieval, en un proyectista, en un creador, en un arquitecto en fin, de amplia formación intelectual.

La Catedral de Florencia era ya un edificio de enorme prestancia que contaba además con un elemento arquitectónico de gran simbolismo, el campanile construído por Giotto, lo que convertía el nuevo proyecto de cubrir con una cúpula el crucero de la iglesia en un reto de enorme alcance.

Y no sólo por esas razones, también lo era sobre todo desde un punto de vista técnico ya que se trataba de cubrir un diámetro de 42 m. y había que hacerlo con un método de autosostén de la cúpula durante su construcción, pues difícilmente se podía apear sobre una cimbra de madera dadas sus dimensiones, en un caso muy similar que nos evoca invitablemente el ejemplo ya estudiado del Panteón de Agripa.

En 1418 se falla el concurso de adjudicación y comenzarían las obras. El resultado al cabo de casi veinte años de trabajo sería una cúpula de perfil apuntado, sobre tambor octogonal de ocho paños, que se convertiría en un símbolo de toda la ciudad de Florencia.

Como hemos dicho, arquitectónicamente la obra recuerda en su alarde y relevancia la obra del Panteón de Agripa, convirtiéndose como éste en un modelo de una nueva época caracterizada por su revolución técnica, e iniciando así en el campo de la arquitectura la referencia Clásica.

La cúpula se construye por medio de dos casquetes (externo e interno) separados entre sí por un espacio hueco, que alivia el peso de la obra sobre el tambor. Ambas paredes se traban por medio de listones de madera y ladrillos engarzados, lo que se llamó espina pezze. De esta forma Brunelleschi lo que hace en realidad es ir construyendo la cúpula por medio de anillos concéntricos, que van autososteniéndola mientras se eleva. Método también obtenido del ejemplo constructivo romano.

Al exterior, cada uno de los paños del tambor presenta un amplio óculo, (recuerdo también de lenguajes clásicos), y planchas de mármol coloreadas. Los ocho plementos en que se divide la cúpula propiamente dicha, están asimismo divididos por otros tantos nervios, también realizados en mármol y horadados por los mechinales que quedaron como testigos de los sucesivos anillos de construcción.

Es importante también insistir en la importancia adquirida al exterior por el valor cromático de todo el muro, que al conjugar el blanco y verde de las planchas de mármol, más el rojo del ladrillo en los plementos, anima el exterior arquitectónico desterrando la imagen pétrea de la arquitectura medieval. El resultado final será una grandiosa construcción que se dibuja contra el cielo de Florencia con un perfil apuntado, del que destacan por su luz y colorido los plementos de ladrillo rojo y los nervios gruesos de color blanco.

Como remate se construye finalmente una linterna de forma circula, que no se terminaría hasta 1464. Actúa como una verdadera coronación de toda la construcción, y contribuye lógicamente a la iluminación cenital del crucero del templo. En este sentido, se introduce ya el concepto de unidad que provoca el efecto lumínico en la arquitectura del primer Renacimiento.

Las aportaciones que supone la construcción de esta cúpula no se limitan únicamente a la importancia técnica que tuvo en su momento, sino también a la relevancia que a partir de esa etapa adquiere también el papel del arquitecto. Brunelleschi no sólo controló personalmente todo el proceso constructivo, sino que consiguió que ese protagonismo suyo, desde le traza de la construcción hasta su remate final, le convirtieran en algo más que un maestro de obras medieval, y superara su anonimato desde la relevancia de su papel como artista y no como artesano. Un cambio también característico de la nueva época que acababa de comenzar.

Curiosamente y como una ironía del destino, en el concurso de adjudicación de la cúpula y posteriormente de la linterna, coincidirían de nuevo los nombres de Ghiberti y Brunelleschi, aunque en este caso, como si de una pequeña vendetta se tratara, la dirección de la obra estuvo a cargo de Brunelleschi, mucho más preparado por otro parte para el trabajo de arquitectura que Ghiberti.


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