La progresiva renovación de los modelos constructivos superados los primeros siglos de la Edad Media, permite que se vaya perfilando un estilo artístico nuevo que irá fraguando a lo largo de los siglos XI-XII. Aunque sus primeros pasos son balbucientes, y a pesar de las novedades, aún no se ha dado la uniformidad artística que permitirá definir el Románico como un “estilo internacional”. Estamos por tanto en los albores de ese nuevo estilo, en un periodo que conocemos como Primer Románico, y cuyas soluciones técnicas gravitan a medio camino entre las formas del Prerrománico y la renovación románica.
El periodo se suele relacionar con la actividad constructiva desarrollada por los canteros lombardos (los Magistri comancini), cuya forma de trabajo en cuadrillas itinerantes, permite que su labor pronto traspase las fronteras del norte de Italia y se extienda por toda Europa.
A ello contribuye también la época de paz relativa que disfruta el continente desde finales del S. X hasta la primera mitad del S. XI, fechas en que las que se inscribe este Primer Románico llamado también en razón a su origen Románico lombardo, si bien el término se pone a veces en cuestión pues tampoco es éste el único origen del Primer Románico.
Algunas características generales permiten identificar este momento: el trabajo a sillarejo como forma de aparejo; el pequeño tamaño de las iglesias, de una o tres naves y uno o tres ábsides semiciurculares en la cabecera; cubiertas con bóvedas de cascarón en los ábsides y bóvedas de arista o techumbres de madera en las naves; pequeñas columnas o columnas y pilares alternados, como sistema de soportes; y gran robustez en los muros, sin apenas ventanas abiertas y en donde claramente se impone la máxima románica de que “El muro prevalece sobre el vano”. De ahí también la profusión de recursos ornamentales derivados de la propia animación del muro, como frisos de baquetones; frisos de esquinillas; arquillos ciegos; y pilastras o bandas lombardas.
En Cataluña el desarrollo de este primer románico cuenta con factores favorables que explican su aparición con una cierta anticipación respecto al resto de la Península: los condados catalanes, ajenos a la invasión musulmana por hallarse dentro del ámbito político del Imperio carolingio, inician ya en la segunda mitad del siglo X, al decaer la influencia de éste, un proceso de renovación política, religiosa y por ende, artística. En este sentido deben destacarse como fenómenos influyentes la relación de privilegio con la Santa Sede, la amistad política con el imperio de los Otones, la influencia importantísima de Cluny, sobre todo a través del Monasterio de San Miguel de Cuixá, y la presencia de canteros lombardos en los condados procedentes de Italia.
En la concreción de todos estos hechos tendrá también una importancia decisiva la personalidad del Obispo y abad, Oliba (970-1046), uno de los grandes nobles de aquel momento y que a su protagonismo político une un impulso constructor en su sede, realmente encomiable.
Todo ello permite hablar de un momento artístico de primera magnitud en estos condados, que se concreta principalmente en la construcción de edificios tan importantes como el Monasterio de San Miguel de Cuixá (hoy dentro de la frontera francesa), el Monasterio San Pere de Roda, la iglesia de San Vicente de Cardona, y el Monasterio de Ripoll, aunque éste muy desvirtuado en la actualidad por culpa de los sucesivos destrozos y las restauraciones desafortunadas.
Desde Cataluña la influencia será rápida hacia Aragón, donde también se contabilizan alguno de los edificios más representativos de este Primer Románico: Los monasterios de Alaón y Obarra, el de Roda de Isábena, o la iglesia de San Caprasio en Santa Cruz de la Serós.
El edificio de San Pere de Roda constituye uno de los ejemplos más extraños y singulares del Primer Románico en Cataluña.
Sabemos que ya en el siglo IX existía en este lugar una comunidad monástica, que alcanza importancia definitiva en el S. X, lo que anima a la construcción de un gran monasterio cuya iglesia es consagrada en 1022 por el obispo de Narbona y en presencia, cómo no, del abad Oliba. El impulsor de la obra en este caso es el abad Pedro, personalidad tan extraña como el mismo monasterio.
La iglesia resulta realmente curiosa: Presenta tres naves abovedadas en cañón, y una cabecera peculiar, formada por un ábside semicircular y otros dos flanqueándolo; una girola de perfil casi parabólico, sin absidiolos radiales (cuya función litúrgica sería tal vez de carácter procesional, aunque sigue sorprendiendo su existencia), y un pequeño crucero, que ocupa la anchura de la cabecera, cubierto con bóveda de medio cañón.
El sistema de soportes no es menos singular: Las naves laterales se separan de la central por medio de arcos de medio punto y pilares cuadrados. El pilar no obstante se ve complementado por columnas yuxtapuestas que reciben el peso de los arcos formeros y de los fajones. Estos últimos, al ser más alta la nave central, requieren un sistema de dobles columnas superpuestas, siendo la superior más estrecha que las inferiores. Por último, las columnas apoyan a media altura en grandes basamentos que ensanchan el pilar en su parte inferior. Todo lo cual acentúa la monumentalidad del conjunto, y crea también una cierta sensación de desconcierto por lo insólito, al asemajarse a construcciones clásicas helenísticas o romanas cuya referencia sigue siendo un misterio. Es muy posible que la cercanía de las ruinas griegas de Ampurias o de otros restos, ejercieran su influencia.
Igualmente singular es el arco triunfal de acceso al presbiterio y los fajones del crucero, todos ellos de herradura.
Los capiteles que coronan las columnas se consideran de tradición mozárabe, de perfecta talla, como los cimacios, y con elementos tanto de tradición califal (motivos seudocúficos) como de talla vegetal.
Debajo de la cabecera hay una cripta cubierta por una bóveda anular (en realida es una bóveda de cañón montada sobre paredes circulares concéntricas). Un laberinto de pasillos y pasadizos salían desde la cabecera hacia distintas estancias y dependencias monásticas, dándole un tono cuando menos curioso al conjunto del cenobio.
A los pies de la iglesia se abre un atrio abovedado en cañón apuntado, de construcción posterior a la de la iglesia, dando paso a la entrada propiamente dicha de la iglesia original, donde se hallaría una magnífica portada con tallas de mármol debidas al Maestro de Cabestany.
Al exterior destaca la presencia de dos grandes torres. La anexa a la iglesia es coetánea a ésta en sus dos primeros pisos. La segunda cuya base es del S. X, se terminó más tarde y tuvo un carácter meramente defensivo.
Desde el brazo derecho del crucero se accede al claustro. Es de planta trapezoidal, y estaba muy deteriorado, aunque ha sido recientemente restaurado.
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