Un complemento a las clases de Historia del Arte del IES Murgi, de El Ejido (Almería).
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lunes, 15 de noviembre de 2010
Arcos de triunfo romanos: Tito (81 d C.), Septimio Severo (203 d C.) y Constantino (315 d C.)
Está bastante claro que un imperio no se construye si atrocidades y guerra, el romano no es una excepción. En todo caso, la guerra fue un instrumento muy habitual en la política de todas las grandes civilizaciones de la Edad Antigua, pero quizás sea con los romanos cuando las actividades militares y las tareas con ellas relacionadas alcanzan un nivel superior. Ni la ferocidad de los asirios, ni la rigidez de los espartanos encuentran parangón en el genio militar romano, que convierte a las actividades bélicas en todo un modelo de organización y eficacia, basado en un nuevo tipo de unidad militar (la legión) y una inconcbible duración de lo que ahora llamaríamos servicio militar, obligatorio para todos los ciudadanos entre los 17 y los 45 años y aún después, al formar parte forzosa de los contingentes de reserva.
a importancia de lo militar en el mundo romano implica necesariamente la de aquéllos que dirigían el ejército y, en consecuencia, el cursus honorum de cualquier político romano exigía su participación directa en las campañas de guerra y el que éstas, si concluían en victorias, pudiesen traer aparejada la proclamación por el Senado del "triunfo" del vencedor. Fue así como Roma, desde época muy temprana, comenzó a festejar la victoria de sus jefes guerreros, erigiendo construcciones efímeras (arcos triunfales) bajo las cuales desfilaban las tropas o los prisioneros de guerra o se exponía parte del botín obtenido, mientras tenían lugar en la ciudad celebraciones diversas. Estos arcos de triunfo eran levantados en madera o ladrillo pero con el tiempo, y llegados ya a la época imperial, pareció más conveniente edificarlos en piedra, tratando así de asegurar de manera imperecedera la gloria y la fama de aquellos a quienes estaban dedicados.
De este modo se llegó a lo que hoy identificamos propiamente como arco de triunfo romano, una construcción pétrea y exenta en la que se abre un número impar de vanos (por lo común uno o tres, en este caso siendo el centarl de mayor altura y anchura que los laterales) y decorada con relieves alusivos al hecho conmemorado y otros símbolos (por ejemplo, victorias aladas), disponiéndose además en una de sus caras o en ambas inscripciones en letra capital que narran las campañas realizadas y elogian a quien las dirigió. Ni siquiera era necesario que el arco triunfal estuvise erigido en la propia Roma, de forma que hoy podemos disfrutar de algunos de estos ejemplares en los más diversos rincones del imperio, pero son sin duda los de la ciudad imperial los más conocidos, todos ellos levantados a la memoria de sendos emperadores: el de Tito (año 81), de un único vano, que conmemora su victoria sobre los judíos, el de Septimio Severo (año 203) que celebra su triunfo sobre los partos, y el de Constantino (año 315) con el que se rinde homenaje a su victoria sobre Magencio en la batalla del puente Milvio, siendo estos dos últimos de tres vanos.
Desde entonces, y siguiendo el modelo romano, ha sido una costumbre bastante común este fenómeno de conmemorar arquitectónicamente las victorias militares y se cuentan por centenares los arcos de triunfo de todas las épocas. En el fondo nos recuerdan cómo la historia de la humanidad se ha levantado muchísimas veces sobre la muerte y el dolor. Son la pura imagen del triunfador que dominó a otros... por la fuerza de las armas. Como sigue sucediendo hoy, desgraciadamente.
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