El templo de Afaia, en la isla de Egina, es uno de los templos paradigmáticos del ideal de belleza que caracteriza la arquitectura griega, y uno de los más bellos ejemplos de los ideales de armonia, proporción, perfección y equilibrio del primer clasicismo griego. El templo está dedicado a la diosa Afaia, la invisible, muy relacionada con el mundo de la pesca al que tan vinculados estaban los habitantes de Egina, y que según la mitología se hizo invisible para huir de los hombres que la perseguían por su belleza, primero del rey Minos, que la hizo arrojarse al mar, y después del pescador que la rescató y que se enamoró perdidamente de ella.
También se supo a través de su ejemplo de la decoración colorista de los templos griegos. En efecto, los restos conservados permiten conocer la policromía de sus esculturas, pero también de sus elementos arquitectónicos, con tonos de rojo y negro en los dinteles del entablamento, relieves en bronce o madera en las metopas, y los frontones con fondo de color azul.
El templo de Afaia se completa con el estudio de sus dos frontones, dispuestos en los lados oriental y occidental del templo. Sus esculturas fueron descubiertas casualmente por el mencionado Robert Cockerell en 1811, sorprendiendo, especialmente las del lado oriental, por la calidad del material (mármol de Paros) y la pulcritud y perfección de las tallas, que dadas las fechas, entre finales del S. VI a.c. y principios del S. V a.c. resultan un eslabón avanzado entre la escultura arcaica y las primeras muestras de un incipiente clasicismo.
Ambos frontones contaban con acróteras en los laterales y el centro, representando esfinges y figuras femeninas. Las imágenes de ambos frontones no responden a un miso estilo, de tal forma que las más antiguas, todavía relacionadas con la estatuaria del periodo arcaico, son las del frontón occidental, mientras que las del oriental han dado ya un salto estilístico muy notable que las aproximan al arte clásico, lo que ocurre en apenas veinte años, el lapso transcurrido entre su primera ejecución y su terminación, interrumpida tal vez por el deterioro provocado por un seísmo.
Se representa en ellos a los dioses frente a los troyanos, en una clara alusión al éxito legendario de los griegos en la Guerra de Troya, en la que hasta los dioses estaban de su parte. En el oriental y bajo la autoridad de Atenea, que domina como eje central la composición, es Hércules el que se enfrenta contra Laomedonte, rey de Troya y padre de Príamo, su sucesor. En el occidental, también dominado desde el centro de la composición por la misma Atenea, Teucro y Ayax, dirigidos por Agamenón, se enfrentan a los troyanos.
Las imágenes también estarían pintadas, con colores muy vistosos, aunque se perderían definitivamente por culpa de la restauración poco afortunada que de las estatuas hiciera B. Thordvaldsen, empeñado como la mayoría de los escultores neoclásicos en reducir las imágenes al tono blanco de su prístino mármol. El color indudablemente potenciaría su realismo, muy conseguido en todas las imágenes del frontón, y muy especialmente en las figuras anónimas, en las que su disposición tan natural, a pesar de tener que adptarse al marco arquitectónico del frontón, y sus gestos, a veces de gran sentimiento y humanidad, las convierten en las primeras esculturas propiamente clásicas. Especialmente las del lado oriental, como hemos indicado, de las que sería su mejor ejemplo el famoso guerrero moribundo de la esquina izquierda del frontón.
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