Una de las más antiguas creencias de la religión egipcia es la de que tras la muerte el alma del difunto continúa teniendo necesidad del cuerpo, sin el cual no sería posible la vida eterna. De ello se deduce la necesidad de preservar el cadáver a toda costa, lo que explica la aparición en la cultura egipcia de sofisticados sistemas de embalsamamiento, existentes ya en la época predinástica. Obviamente, si de lo que se trata es de preservar el cuerpo del difunto para la eternidad, es necesario garantizarle un alojamiento apropiado. Y ésta es la concepción de la tumba que poseían los antiguos egipcios: el lugar donde tras la muerte el cuerpo y el alma lograban fundirse nuevamente para disfrutar los placeres de la vida eterna empleando para ello, entre otras cosas, las propias ofrendas depositadas en la tumba.
Aunque no existen datos fidedignos al respecto, se estima que esta creencia en la inmortalidad fue en un primer momento atributo exclusivo de los primeros faraones. Sin embargo, éstos debieron entender muy pronto que una vida eterna sería poco satisfactoria si en ella no contaban con otros miembros de la familia real y, al menos, con los funcionarios más distinguidos de la corte. De tal modo que debieron ser los primeros reyes del Imperio Antiguo, en la primera mitad del tercer milenio a. C., quienes comenzaron a conceder a tales funcionarios el privilegio de poseer su propia tumba en el conjunto de la necrópolis real; sepultura que además era financiada en su totalidad por el propio faraón.
Tal es el origen de las mastabas, el primer tipo de sepulcro, enorme banco en forma de pirámides truncadas. Por bajo del nivel de tierra, en el fondo de un pozo al que sólo se accede por la parte superior y que se rellena de arena tras el sepelio, se encuentra la cámara funeraria donde se deposita el sarcófago.
La palabra en sí misma es de origen árabe y puede traducirse como banco o banqueta, lo que hace clara alusión a su forma. Se trata del primer tipo de tumba monumental del antiguo Egipto, del cual acabarían derivando con el tiempo la pirámide escalonada y, poco después, la pirámide perfecta. Antes de estas creaciones, los primeros faraones egipcios y sus familiares más próximos, así como otros personajes destacados de la corte (sacerdotes y altos funcionarios) acabaron sus días depositados en sus correspondientes mastabas.
Básicamente, podemos distinguir dos partes en la mastaba: la visible, realizada con sillares de caliza, adopta esa forma que le da nombre. De aspecto macizo, en ella se dispone una capilla o cámara de culto, orientada a la salida del Sol. En su centro se sitúa un pozo vertical que atraviesa toda la estructura y conduce a la segunda parte de la tumba, de carácter subterráneo: una cámara sepulcral en la que se coloca el sarcófago que custodia el cadáver momificado del difunto. A partir de este prototipo originario, fueron produciéndose algunas variaciones, la más importante de las cuales fue abrir en la capilla un pequeño compartimento ciego (el serdab) para colocar la estatua del propietario de la tumba. A veces,se ampliaba la propia capilla, dividiéndola en varias cámaras comunicadas entre sí. En una de ellas se colocaba la estela falsa-puerta que abría la comunicación con el otro mundo. En ocasiones tales cámaras se cubren con bajorrelieves que narran la vida del fallecido. Pese a todo, ¿quién podría garantizar al distinguido egipcio enterrado en la mastaba que su propio cuerpo se conservaría eternamente? A resolver este gran problema atiende precisamente la estatua colocada en el serdab: llegado el caso, serviría como sustituto del cadáver.
En resumen, con las mastabas egipcias vemos concretada una idea que quizás ha preocupado al ser humano desde su propio origen: la de garantizarse la inmortalidad.
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