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jueves, 14 de octubre de 2010

Templo de Amón en Karnak, Imperio Nuevo. Dinastía XVIII. S. XIV a.c. y ss










El peso enorme de la religión egipcia en todos los ámbitos de la vida, no se limita exclusivamente al mundo funerario y de ultratumba, también se construyen templos con una finalidad meramente devocional, especialmente a partir del Imperio Nuevo, momento que provoca una serie de variantes históricas de importancia en el devenir de la historia de Egipto. El inicio de este periodo coincide con la derrota y expulsión de los hicsos, que entre otras cosas cambiará el sentido del poder monárquico de los faraones, ahora más próximos a lo humano que a lo divino. Tal vez por ello se potencia el culto a los dioses y en especial al dios Amón, que tenía en Tebas, capital del Imperio Nuevo, su principal centro de devoción. Allí destacan principalmente los grandes templos de Luxor y Karnak. También se construyen en esta época templos de carácter funerario, hipogeos en su mayoría, localizados en lugares distantes para evitar su localización y su saqueo, es el caso de los que se construyen en el valle de los Reyes y de las Reinas, cercanos a Tebas, o los mucho más alejados de Abú Simbel.

Los templos se caracterizaban por ser enormes conjuntos arquitectónicos, en los que se honraba a la vez a los dioses y a los faraones asociados a su culto. Básicamente, el templo clásico del Imperio Nuevo constaba de dos grandes sectores: el abierto a los fieles y el reservado al personal sagrado. El primero lo componía una gran avenida (o dromos) que desemboca en el templo propiamente dicho y en la que se suceden dos hileras de esfinges. Le sigue el obelisco (muchas veces decorado con relieves y rematado con una bola almohadillada) y los pilonos, que son dos moles trapezoidales donde se puede ver la tendencia al talud y que constituyen una entrada monumental. En el interior del templo se abría en primer lugar una pronaos; un patio rodeado de columnas que se conoce como sala Hipétrea, desde la cual se accedía a la Sala Hipóstila (de columnas también, asemejando a un bosque pétreo) que estaba cubierta por un techo de madera pintada y dividida en naves. A continuación se pasaba a las estancias del segundo sector, de acceso restringido como hemos dicho y constituidas por otro pronaos o sala de ofrendas, y la naos preopiamente dicha o zona noble, que comprende la Cámara del altar del Dios o tabernáculo con la estatua de la divinidad, la Sala de la Barca de Osiris y las habitaciones de los Sacerdotes. Todas estas estancias suelen estar rodeadas por capillas para divinidades secundarias, almacenes, viviendas y hasta un lago sagrado. Un grueso muro aislaba estas dependencias del muro exterior.

Como toda arquitectura religiosa, los templos egipcios trataban de incidir psicológicamente en el visitante para atraerlo a la fe o al temor. En las procesiones, el ambien­te se preparaba ya en la avenida de las esfinges, que indicaba lo sagrado del recorrido, pero la tensión aumen­taba al entrar en el templo, ante la impresionante altura de sus columnas (de más de 20 m. algunas). Los efectos arquitectónicos, decorativos y lumínicos jugaban en este sentido un papel determinante: las salas disminuían en altura hacia el interior, lo que aminoraba la luz exterior e introducía al visitante en un misterioso espacio de paredes policromas, tan sólo iluminado por la luz titilante de las lámparas.

La arquitectura egipcia, tal y como se manifiesta en sus templos, es una arquitectura adintelada, por tanto de formas rectas y horizontales, que a su vez se combinan con las verticales: obeliscos, pilonos y soportes. Todos ellos encuentran una relación íntima con la naturaleza del entorno a la que se le asignan valores religiosos: los obeliscos representan el rayo de sol y simbolizan por ello la inmortalidad. Al parecer fue Tutmés III, quien a partir de una orden recibida en sueños introdujo la utilización de esta pieza, quedando para siempre como un símbolo de consagración al sol, tal y como lo prueba la representación de los rayos grabados en su superficie y el propio significado de su nombre, “teche”, que en egipcio significa rayo. Los pilonos por su parte, simbolizan las montañas que flanquean el disco solar, así como los acantilados que se extienden a cada lado del valle del Nilo, de tal forma que por la puerta de acceso parecería penetrar ese caudal de vida que era el río y que parece invadir el templo con su cauce sagrado. Entre los elementos de soporte se utilizan preferentemente columnas de cánones gigantescos, que presentan el fuste liso o estriado. Sus capiteles también son variados, y en muchos casos hacen alusión a la naturaleza del entorno. Entre los modelos habituales más utilizados se hallarían los capiteles lotiformes, que reproducen la flor de loto, una planta acuática de hojas muy grandes, peciolo delgado y forma cerrada a modo de campana invertida, que es muy abundante en el Nilo; capiteles palmiformes, en forma de hoja de palmera; o capiteles papiriformes, que reproducen en este caso la forma del papiro, otra planta característica del Nilo, formada en este caso por una caña lisa y cilíndrica que acaba en un penacho de forma acampanada.

De los diferentes templos conservados en el Antiguo Egipto destaca especialmente el de Karnak, comunicado con el de Luxor por un dromos. La existencia de un templo dedicado a Amón en Karnak, parece ser que ya existía con anterioridad, pero las del enorme templo que se conserva dignamente en la actualidad se inician al parecer durante el reinado del Amenofis III, de la XVIII dinastía, a mediados del S. XIV a.c., si bien sus continuas ampliaciones que hacen de este lugar uno de los recintos sagrados más grandes del mundo y sin duda uno de los más antiguos, se suceden a lo largo de los reinados de Seti II, Tutmosis I, o Ramsés III entre otros, hasta un total de treinta faraones que directamente o indirectamente participaron en su construcción a lo largo de los siglos.

Se conservan en bastante buen estado los pilonos de la entrada y uno de sus obeliscos, así como su sala Hipóstila, uno de los conjuntos arquitectónicos más espectaculares que se pueden contemplar. Consta de una serie de filas de columnas, más altas las del centro, que forman un eje longitudinal a modo de gran nave central, disposición pensada probablemente para mejor iluminar el centro de la sala. La altura de las columnas es descomunal, pues alcanza los 23 m., utilizando como material la piedra tallada en tambores circulares. Cuentan con basa como soporte, fustes decorados con relieves polícromos y un remate característico en capiteles gigantescos del tipo papiriforme y campaniforme.

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