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domingo, 17 de octubre de 2010

Escultura de Kaaper, o el Sheikh el-Beled (el alcalde del pueblo), IV Dinastía (hacia 2500 a. de C.)


Esta magnífica obra de arte comúnmente es conocida como "el alcalde de pueblo", o, en árabe, el Sheikh el-Beled. Se encuentra en el Museo de El Cairo y es de madera tallada. Así fue como le llamaron, de manera espontánea, los obreros que en 1860 trabajaban bajo órdenes de Auguste Mariette en las excavaciones arqueológicas de Saqqara, ya que la imagen les recordaba enormemente a las del alcalde de su localidad. En realidad, el personaje retratado era un Jefe de Sacerdotes Lectores, nacido en Egipto durante el Imperio Antiguo y cuyo auténtico nombre fue Kaaper.

La imagen de Kaaper se talló en un gran tronco, aunque el resultado final se consiguió mediante el ensamblado de varios fragmentos de madera. Ello es fácilmente perceptible, por ejemplo, en el anclaje y unión de los brazos. También el brazo izquierdo está realizado con varias piezas, para conseguir componer su gesto. Todas estas junturas y pivotes se disimulaban completamente bajo la capa de estuco y pintura que recubría la pieza. De este acabado, en la actualidad, apenas queda ningún rastro.

En el momento de su localización la escultura tenía múltiples desperfectos, por lo que fue restaurada para su exhibición al público. La zona inferior y el soporte era lo que se encontraba en peores condiciones, aunque continuaba siendo legible el nombre y la titulación del personaje. En la actualidad, la escultura se expone con parte de las piernas y los pies reconstruidos, y se sostiene sobre una peana moderna. La vara que "el alcalde de pueblo" luce en una mano también es actual. Pero a pesar de los avatares del tiempo, de las grietas y de las fisuras, el trabajo que en la antigüedad se realizó es tan magnífico que la obra sigue mostrando un esplendor y una viveza sorprendentes.

El "alcalde de pueblo", para ser una talla en madera, tiene unas dimensiones inusualmente grandes. Sin embargo, esta no fue la única escultura en madera de gran formato localizada en la tumba de Sheik el-Balad, ya que allí también se encontraron dos piezas de dimensiones similares: una parece representar al propio Kaaper, aunque mostrado en plena juventud; la otra ha sido identificada como una representación de su esposa. Sin embargo, la estatua del "alcalde de pueblo" no destaca únicamente por sus dimensiones, se trata de una obra singular en muchos otros aspectos.

De esta magnífica escultura, ciertamente, lo que más llama la atención es el realismo con el que Kaaper fue representado. Se le muestra como un hombre de cierta edad y con tendencia obesa, además de lucir unos músculos fláccidos y un vientre pronunciado. La imagen impresiona por lo magníficamente captados que se encuentran los detalles más pormenorizados y por la sensacional verosimilitud del conjunto.

El rostro, que tiene un protagonismo especial, muestra a un hombre de formas redondeadas y llenas, con la mandíbula amplia y la papada desarrollada. Los labios son gruesos y de expresión amable, siendo realmente magistral la forma otorgada a las mejillas, así como la suave curva que modela unos pómulos que se hunden suavemente para dar forma a unas leves y naturalistas ojeras. La nariz es más bien corta y el perfil desvela un cierta curvatura en su extremo, aunque todos los rasgos quedan bastante eclipsados por el brillo conseguido en los ojos, realizados con incrustaciones, lo que les proporciona una gran profundidad. Y aunque apenas pueden adivinarse las cejas, éstas consiguen subrayar aún más la expresión de la mirada.

En la estatua del Sheikh el-Balad resulta excepcional el perfilado del límite de las entradas, aludiendo a una incipiente calvicie. Ello amplifica la frente y redondea aún más el conjunto de la cabeza. El detalle en la zona de los cabellos es realmente minucioso, incluso se capta la sinuosa textura del cabello, muy corto, pero con unas ondulaciones que lo delatan como rizado. También hay que hacer mención especial al tratamiento de las orejas, aunque la izquierda se encuentra muy deteriorada.

La actitud de Kaaper es la propia de un hombre de posición, mostrado con pose altanera y ademán solemne. Y aunque no se han conservado, en la antigüedad el personaje debía sostener en sus manos los cetros y emblemas que lo distinguían como un individuo de rango y con un cargo sacerdotal de cierta relevancia. Además de esos elementos, Kaaper no parece haber lucido ninguna joya ni nada que resultara especialmente ostentoso. De hecho, su única vestimenta es una faldellín anudado a la cintura y que se extiende hasta las rodillas. Este sencillo atuendo, no obstante, contiene un detalle a sumar a los muchos otros que hacen de esta escultura una pieza especial: sorprende que la tela se curve y que caiga ampliamente, generando un elegante y profundo pliegue. Un pliegue que sólo puede ser observado en su auténtica dimensión mirando a la pieza desde un perfil, de modo que es como si la escultura nos invitara a girar a su alrededor para poder percibirla desde múltiples puntos de vista y poder apreciar así la riqueza de su singularidad.



Como es tradicional en la estatuaria egipcia, la talla de Kaaper también avanza la pierna izquierda. Pero incluso en este gesto el "alcalde de pueblo" resulta singular, ya que, a diferencia de lo más corriente, la carga no se muestra descansando en el pie derecho. Aunque la parte de las piernas y de los pies han sido muy restauradas, lo cierto es que el conjunto de la composición tiene la peculiaridad de conseguir la sensación de que el peso recae en la extremidad que se adelanta.

De manera sorprendente ello otorga a la escultura de Kaaper una cierta sensación de desequilibrio y, a la vez, un suave movimiento. La presencia del pliegue en la ropa, la manera en que cae el faldellín, la forma de la cadera y la postura del brazo izquierdo, agudizan este insólito efecto de difícil parangón en la escultura egipcia. Dada la intensa capacidad retratística de la que hace gala la obra, quizá podemos llegar a pensar que el artista quería captar algún rasgo particular en el caminar del personaje. Tal vez la orondez y el exceso de peso le confirieran a los pasos de Kaaper, al desplazar su cuerpo, unas características que el artista quiso evocar en una imagen que debía recordarle para siempre.

La verosimilitud captada por el artista y la calidad de la ejecución hacen de Kaaper un hombre reconocible y afín, con el que nos sentimos en singular comunicación. El hecho de realizarse en madera proporcionó, además, la capacidad de intensificar el naturalismo, al permitir liberar los brazos y las piernas, e incluso alzar la mano izquierda para sostener algo con ella. Pero la magia conseguida en el rostro, a lo que se suma la realista y cristalina mirada, alimenta aún más esa sensación de proximidad y hasta de mutua observación. Incluso las insólitas dimensiones para una talla, prácticamente a tamaño natural, hacen de Kaaper un individuo aún más cercano.

En esta escultura el arte egipcio está lejos de la soberbia idealización y del sublime distanciamiento. El atractivo de Kaaper es que resulta atemporal por lo mundano y cotidiano, y ante su retrato podemos perdernos en el tiempo e imaginar a este hombre deambulando por las calles de Menfis, comprando en un mercado, releyendo un papiro algo arrugado, durmiendo la siesta y, quizá, hasta disfrutando de su familia ante una buena mesa. No parece que se tengan que hacer grandes esfuerzos para que la imagen de Kaaper consiga evocar un mundo y un tiempo que ante su presencia hasta se antoja cercano.




En el "alcalde de pueblo" la desnuda madera cobra una vivacidad palpitante, capaz de aproximarnos a un hombre que caminó por Egipto hace milenios pero con unos rasgos y complexión que fácilmente podemos encontrar rememoradas entre los transeúntes de alguna calle de nuestras ciudades, quizá viviendo en nuestro vecindario o siendo el alcalde de nuestro propio pueblo. Esa capacidad de proximidad, de presencia real, es lo que hacen de esta obra una de la creaciones artísticas más fascinantes legadas por el Egipto de los faraones.


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