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miércoles, 27 de octubre de 2010

El Poseidón de Artemision, Periodo Severo, 470- 460 a de C.



El Clasicismo Severo podemos considerarlo como el umbral del periodo Clásico propiamente dicho, una fase que arranca en los albores del S. V a.c. y que hasta que eclosione en plenitud a mitad de siglo va estableciendo los criterios que harán grande la escultura clásica. Por tanto es una fase en la que progresivamente la escultura se libera de la rigidez y el estatismo del período Arcaico, avanza paulatinamente el concepto del movimiento en la escultura, como consecuencia se van multiplicando los puntos de vista de la pieza y en general se advierte un progreso ya sin retorno hacia el pleno naturalismo formal. No así en el caso de la expresión gestual, que sigue inmersa en un idealismo que igualmente será seña de identidad del Clasicismo Pleno.

Entre las obras que ejemplifican este periodo podríamos recordar el Auriga de Delfos o el Grupo de los Tiranicidas, obras a las que podríamos añadir la que hoy nos ocupa, una de las más bellas que se han conservado: El Poseidón de Artemisión.

Se trata de una escultura de bronce hallada en las profundidades del mar en 1928, concretamente cerca del Cabo Artemisión, al norte de la isla de Eubea, de ahí su nombre. Procedía del cargamento de un barco que se hundió con otras piezas, tal vez procedentes del norte de Grecia, de las que se pudieron salvar aparte de este Poseidón, otras piezas helenísticas como por ejemplo El niño a caballo del Museo Nacional de Atenas.

La obra se fecha a comienzos del S. V a.c., en su primer tercio, entre otras cosas porque responde a la perfección a las características que definen el Periodo Severo y que acabamos de comentar: La figura goza de una gran estabilidad, que sin embargo no deriva en rigidez; presenta varios puntos de visión, aunque el sentido del movimiento sea limitado todavía, en este caso conseguido a base del doble juego de líneas que marcan las piernas, rostro y brazos mirando lateralmente, y el cuerpo en disposición frontal. También es característico el naturalismo anatómico ya de un marcado realismo, anticipo de la perfección anatómica del Doríforo, por ejemplo, lo mismo que la sobriedad de la musculatura, el detallismo tan realista en el trabajo de la barba y el cabello, y en general ese tono mesurado y sencillo que en realidad es el que da el nombre de "severo" a este momento de la escultura griega. También la expresión gestual, dominada por el ethos clásico se halla en la línea de este momento artístico.

Sabemos además que se trata de la figura de un dios por su canon (2’09 m.), mucho mayor que el que solía ser habitual en la representación de los mortales (1’80 m.) y de los héroes (1’90 m.). Por tanto está claro que es una divinidad, lo que no lo está tanto es de qué deidad se trata. Y de hecho al respecto ha habido no poca polémica porque hay quien lo considera una representación de Poseidón, el dios del mar, en cuyo caso en su mano derecha portaría su fundamento iconográfico característico, el tridente, y hay quien por el contrario defiende la teoría de que se trata de una representación de Zeus, en cuyo caso lo que llevaría en la mano sería un haz de rayos y no un tridente. Se apoyan estos últimos en la idea de que de tratarse de un tridente lo que llevara en la mano a la figura le ocultaría la cara, por lo que deducen que se trataría de un objeto menos alargado. De todas formas la posición del brazo y el gesto de la figura no parecen las más naturales para tirar los rayos de arriba abajo como hace Zeus en sus representaciones, por lo que a pesar de las diatribas la mayoría de los autores siguen considerando a esta imagen representación de Poseidón. Por otra parte el tridente ocultaría en parte el rostro sólo si miramos la figura de frente, de tal forma que ello mismo nos obligaría a girar alrededor de la imagen hasta observarle el rostro frontalmente, lo que en tal caso sería un recurso inteligente para multiplicar los puntos de vista de la escultura y completar su sensación de volumen.

Formalmente y aparte de responder como ya hemos explicado a los criterios propios del Periodo Severo, la escultura tiene también su propia aportación. En primer lugar es un perfecto ejemplo de la proporción, reducida a número, que define la estatuaria clásica, pero en este caso ya no sólo por el tamaño de la cabeza en relación al cuerpo, sino porque la estatua se inscribe en un perfecto cuadrado, de tal forma que la anchura que marcan los brazos es igual (con un solo centímetro de diferencia) que la altura de la cabeza a los pies. En este caso, más que en otros, número y belleza se alían en un mismo concepto estético.

Aún así, y a pesar de lo que acabamos de decir, no deja de ser curiosa la desproporción de los pies, muy grandes los dos, especialmente del que apoya completamente en el suelo, si bien en este caso con ello se otorga mayor estabilidad a la figura. La misma razón, la de una composición equilibrada, es la que explicaría también que el brazo izquierdo sea ligeramente más largo que el derecho. Factores estos últimos que serían impensables en el Clasicismo Pleno, pero que se advierten todavía en esta fase de maduración que es el Periodo Severo.

En cuanto al gesto en sí, identifica a Poseidón en un momento de pausa, en un instante de quietud anticipo de su furia desatada. Es bastante habitual en la estatuaria griega esta forma de representación del ritmos, porque es cierto que la agitación y el movimiento desbordado queda mejor representado en ese instante detenido, en esa pausa inerte, pero que en realidad es la expresión misma de la furia contenida. Un recurso por otra parte, idóneo si como en el Periodo Severo los medios para conseguir el efecto del movimiento se hallaban aún un tanto limitados.

De todas formas nos quedamos con la imagen imponente y a la vez serena, sobria y al mismo tiempo poderosa, firme y sencilla, de este Poseidón, que lo convierte en un ejemplo realmente hermoso de plenitud y belleza.


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