El santuario de Stonehenge se levanta en el paisaje de Wessex como un reto hacia una fuerza sobrehumana. Sólo un incentivo religioso pudo motivar tamaña empresa comunitaria. Y sólo la existencia de una élite dirigente puede explicar que este proyecto se llevara a la práctica. La obra se realizó en diferentes etapas que van desde mediados del III milenio hasta mediados del milenio siguiente.
En el lugar exacto, y único en muchas millas a la redonda, de Stonehenge, la luna llena se coloca exactamente perpendicular a la salida del sol en el solsticio de verano (próximo al 21 de junio). Precisamente es el solsticio de verano el fenómeno natural sobre el que gira la concepción y planificación del monumento. Muy pronto, tras la delimitación del foso circular y del bancal situado a su costado interno, Stonehenge dispuso de las cuatro piedras de las estaciones que, colocadas en las esquinas de un rectángulo perfectamente trazado, delimitan un ángulo recto exacto, al coincidir con la línea del amanecer en el día del solsticio de verano. Así se planteó a mediados del III milenio a. C.
Llegada una fecha en torno al 1750 a. C. (según las últimas dataciones del carbono 14), Stonehenge atravesó por una decisiva remodelación, que básicamente consistió en una ligera reorientación del círculo con objeto de exaltar mejor el acontecimiento del cosmos al que estaba dedicado. Se amplió la entrada y se prolongó en una avenida que recogiera la piedra tope (heel stone). En el centro se procedió al levantamiento de un doble círculo de monolitos de arenisca azulada traídos desde el sur de Gales. Cuando este proyecto del interior estaba en fase avanzada se decidió repentinamente suspenderlo. Las piedras de tal clase y de tal porte se retiraron.
Sin excesiva demora, Stonehenge fue renovado (hacia el 1720). Esta vez, el monumento tomó una última configuración, si bien la definitiva costaría otras dos remodelaciones. Stonehenge entra en el período III con la erección, en el sitio de los monolitos retirados, de un nuevo círculo de gigantescas piedras (treinta de veinticinco toneladas cada una), de arenisca local, enlazadas con dinteles (de cinco toneladas) trabados entre sí mediante junturas de espiga y mortaja. Dicho círculo megalítico encerraba en su interior cinco unidades de tres piedras (trilitos), dos soportes y un dintel que formaban un arco de herradura en planta.
Así reconstruido, Stonehenge fue objeto de nuevos trabajos de remodelación. El período III b fue esencialmente un tiempo de engrandecimiento y revestimiento del monumento. Se recuperaron al menos veinte de los monolitos de arenisca azulada desechados en la fase anterior, y se alzaron en el interior del espacio delimitados por los trilitos. Complementariamente se cavaron dos círculos concéntricos de hoyos que alojaron otros tantos postes (presumiblemente de piedra) en la periferia del núcleo monumental. Pero, nuevamente, este proyecto no llegó a acabarse nunca.
A la postre, acaeció la renovación final en Stonehenge. Ello supuso, otra vez, un soberbio esfuerzo de carga y descarga. El núcleo central de la construcción quedó libre de las piedras de arenisca azulada que últimamente se habían colocado allí. En compensación, sin embargo, dichas piedras se recogieron en un círculo entre los trilitos que forman un arco de herradura y el círculo, hasta aquí inamovible, de los monolitos de arenisca local. El eje visual del conjunto lo formaría una línea que desde la avenida de la entrada terminaría en un imponente bloque de arenisca azulada que se levantó en esta fase final a la cabecera del marco de los trilitos.
Stonehenge supone un mito universal. Se trata de una construcción que no por conocida ha dejado de fascinar a prehistoriadores, a antropólogos, o a cualquier curioso del pasado de la Humanidad. Stonehenge ofrece al viajero una obra arquitectónica descomunal, pero, sobre todo, le brinda la oportunidad de reflexionar sobre el esfuerzo del hombre del II milenio a. C. En este punto del Universo por medir la secuencia periódica de las estaciones del año.
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