El Código de Hammurabi es, además de un conjunto legal y un texto histórico fundamental, una obra de arte. Fijémonos para ello en el relieve de la parte superior. A nuestra derecha aparece entronizada una importante divinidad de Babilonia, Shamash, que simboliza al sol y a la justicia. Este dios alado, tocado con alto gorro y barba postiza y en clara actitud mayestática, tiene ante sí, de pie y en actitud reverente, al propio rey Hammurabi. Hay por tanto aquí una clara referencia a que es el mismo dios quien da la legislación al monarca a fin de que éste la haga cumplir. Y para que el origen divino de la ley quede más claro si cabe, Shamash entrega a Hammurabi dos objetos. Uno de ellos es un cetro, claro símbolo del poder. El otro es un aro o anillo, que viene a representar la sabiduría, en este caso concretada en la justicia, a la que la legislación hace referencia.
Por otra parte, la propia colocación de los personajes nos muestra otro dato de interés artístico. Fijaos en el trono del dios: hay un claro intento de dar a la escena una cierta profundidad, Se busca, del alguna manera, la perspectiva. De forma que en estos 65 cm. de representación tenemos no sólo una muestra de las prácticas político-administrativas de la antigua Babilonia, sino también una obra de arte de primera importancia.
Paradojas de la historia: probablemente la estela fue colocada en la ciudad de Sippar, de donde procedía el culto a Shamash y allí estuvo unos cientos de años, hasta que otro rey guerrero la llevó hasta su ciudad, Susa (Irán), como botín de guerra. Estela viajera ésta, porque ahora hay que ir a París a ver el original.
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