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Velázquez, Retrato del Papa Inocencio X,



Fue durante esta segunda estancia en Roma, cuando Velázquez pinta al Papa. En este magnífico retrato, Velázquez muestra una técnica suelta y decidida así como una gran habilidad para representar los rasgos psicológicos del retratado. Fue pintado en 1650. Tenemos ante nosotros otra obra cumbre del segundo viaje a Italia del pintor y se considera su mejor obra como retratista. "El retrato que hizo al papa Inocencio X no tiene parangón en el mundo", dice Xavier de Salas. El propio pontífice así lo reconoce cuando exclama al descubrirlo: "Troppo vero" (¡Demasiado verdadero!). Representa al Papa sentado en un sillón, vestido con encajes blancos realizados con rápidos brochazos que anticipan el impresionismo. La sinfonía de los rojos de distintas tonalidades se esparcen por el cuadro: en el sillón, en la casulla papal, en el gorro... El Pontífice sostiene en la mano un pliego de papel con la petición de Velázquez para que interceda a su favor ante el rey de España para conseguir el título de don. De todo el retrato destaca el rostro, tan incisivo y natural del Papa, que sobrecoge.

Velázquez, La Rendición de Breda o Las Lanzas, 1634



Representa el momento en que Justino de Nassau, jefe de las tropas protestantes, después de una valiente defensa entrega las llaves de la ciudad a Ambrosio de Spínola, marqués de Balbases. Es un gesto típicamente barroco el violento escorzo en primer plano del caballo. Lejos de imaginar un gesto victorioso por parte de los vencedores, Velázquez imagina la escena en tono afable y caballeresco hacia el vencido. El colorido ha seguido evolucionando y los rostros tienen ya un tono plateado de luminosos reflejos. El amplísimo fondo de verdes y azules plateados es de gran belleza y constituye uno de los primeros paisajes de Velázquez que resuelve la estructura de la obra con una composición en forma de U (en la concavidad de la U un 2º plano muy luminoso). Dividió la obra en dos partes: en un lado los vencidos y en el otro los vencedores y por medio el ritmo vertical de las lanzas. Es en definitiva un gran retrato histórico pero es ante todo un ejemplo de concordancia luz-espacio-color.